|| cousas do demo ||

La hostelería tiene que combatir al virus... y a la competencia desleal

Opinión
Víctor Furelos
La obligatoriedad de la mascarilla en la playa pese a estar al aire libre y haber distancia genera rechazo.

Hay profesiones en las que es importante la vocación, sobre todo en el mundo sanitario, en la enseñanza, en las fuerzas del orden, en la abogacía, en el periodismo... y en la hostelería. Salta a la vista cuando a alguien el oficio le importa un bledo.

Pero hay labores que son complicadas. Y la de hostelero es una de ellas. En este sector los profesionales se ven como psicólogos sin consulta ni diván, se convierten en banqueros con la lista de fiados y de préstamos, son limpiadores cada vez que rompe un vaso o cae algo al suelo, simulan ser modelos con cada paseo por la sala a paso rápido sin perder la compostura, parecen salidos de un circo con los malabarismos que hacen cada vez que llevan cargada la bandeja, parecen químicos a la hora de elaborar mezclas para servir un cóctel o un combinado, ejercen de guías turísticos con muchas preguntas de los clientes foráneos, se convierten en mediadores para poner paz en las disputas entre clientes, parecen antiguos serenos porque se acuestan bien entrada la noche después de jornadas sin fin ni horario definido... Además, se especializan en decoración para pequeñas reformas, son electricistas o fontaneros con cada mínimo arreglo o técnicos en cafeteras, aire acondicionado y hasta en neveras para advertir cualquier tipo de avería. Y además tienen que saber de vinos y licores, de cafés e infusiones, de cocina y de todos sus productos, como verduras o carnes, pescados y mariscos...

Y, por si todo ello fuera poco, ahora resulta que tienen que ser unos policías serios e implacables para que ningún cliente se salte las normas sanitarias. Y aquí sí que se encuentran con un serio problema.

Cuando un hostelero se dirige a un cliente para que, por ejemplo, se ponga la mascarilla, puede encontrarse con una persona obediente que incluso se disculpa o con un espabilado que además argumente que en otro local le dejan estar sin ella. Y eso cuando no hay que insistir y decírselo tres o cuatro veces.

Es en este momento cuando la hostelería tiene que estar más unida que nunca. Se está jugando su futuro porque otro cierre para el sector supondría la bancarrota para muchos.

Los clientes despistados y educados tienen cabida en todos los locales, ya que ante una advertencia reaccionan inmediatamente. Pero aquellos que todavía se enfrentan a quien se está jugando su dinero y el futuro inmediato de su familia merecen que les expulsen, que no les sirvan así pidan los vinos y platos más caros de la carta.

Porque, como me decía el propietario del pub Momo hace bien poco, esto no es un juego. Galicia necesita contagio 0 y los bares no pueden tener entre sus clientes a cómplices de su propio cierre que juegan a la ruleta rusa con el riesgo de contagiar a camareros que en algunos casos tienen miedo a la hora de ir a trabajar por culpa de los inconscientes que amenazan su salud y su sueldo.

Pero por otro lado hay miedo a perder el cliente que ahora tanto necesitan ante la competencia desleal de quienes permiten todo en sus locales, quizá por la escasez de ingresos o por la inconsciencia, ya que esa negligencia puede suponer el cierre dentro de unos días.

Todos los hosteleros tienen que estar unidos y ser inflexibles con las normas. Y, si hay que denunciar a un compañero del gremio que los está poniendo a todos en peligro haciendo gala de una competencia desleal censurable, pues se hace.

No pueden permanecer impasibles ante quienes les ponen en peligro. Como con las fiestas en los pisos. Es incomprensible que todavía la pasada semana se detectaran en Santiago más de una treintena y en el vecino Ames siete en un fin de semana. ¿Es que nadie es capaz de parar tal barbaridad?

Parece que las multas no son suficiente elemento disuasorio para estas reuniones a deshora, pero nuestros políticos, tan dados a legislar para poner trabas a los bares, ni siquiera contemplan medidas más efectivas para acabar con esta plaga.

Es más, después de trece meses de pandemia los agentes todavía tienen dificultades para entrar en los pisos a identificar a los infractores.

Hay que adaptarse a los nuevos horarios mientras no haya otros. Y de momento todos podemos reunirnos en los establecimientos de hostelería hasta las nueve de la noche. Y a partir de esa hora toca ir para casa a ver la televisión, jugar a videojuegos, leer o dormir. Hay que cambiar el chip. Si se hace así pronto llegarán tiempos mejores.

Y si los hosteleros reman todos a una y en la misma dirección esos clientes tan espabilados pronto se darán cuenta de que no tienen cabida en ningún bar. Y a los que se dedican a esta profesión tan exigente habrá que agradecerles su lucha contra la expansión del virus.

Lo importante ahora mismo es evitar más muertos. Como dice Javier, el del Momo, esto no es un juego. Será imposible saber cuanta gente esquivó su cita con el cementerio gracias a las medidas adoptadas, pero lo que sí está claro es que los hosteleros, con el enorme esfuerzo que afrontan desde marzo de 2020, son unos héroes que sacrifican su bienestar hasta llegar a la ruina para salvar vidas.