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VÍCTOR FURELOS GUILLÉN / Jefe de Sección / Área de Compostela

Una vida distinta con EL CORREO

La vida está llena de números mágicos y esta vez el 50.000 se traduce en numerosas vivencias. Lejos queda aquel día en el que la casualidad quiso que me cruzara con José Luis Iglesias para iniciar mi andadura como colaborador en EL CORREO GALLEGO hasta que nació un suplemento que con el nombre de Campeones daba voz al deporte base. Desde ese momento pertenezco a esta plantilla. Y van allá tres décadas.

Otro encuentro con la suerte quiso que informara de la Vuelta a España de 1992. Una experiencia inolvidable enriquecida porque conmigo viajaron casi un mes tres periodistas colombianos que además de enseñarme mucho ciclismo me mostraron otra vida. Después llegaron dos rondas españolas más y los Tour de Francia del 92 y el 95 con el radiofónico Andrés Vieites y su inseparable Horacio Barros y el asturiano Cima, un exciclista convertido a periodista apreciado por todo el pelotón. Acompañándole pude hablar con Eddy Merckx, Raymond Poulidor, Bernard Hinault, Laurent Figon... además de Induráin, Perico, Pino y los grandes de la época.

Con los cambios del Xacobeo 93 llegué a la sección de Local, en donde me encargué de los sucesos. Pese a la dureza de muchos casos, el trabajo fue gratificante. Y por cierto nunca hasta la fecha pisé un Juzgado, excepto en un caso de asesinato al que acudí como testigo principal.

Un giro del destino quiso que regresara a Deportes para seguir al Compostela. Ni se sospechaba que iba a ser su gran año. No puedo olvidarme de la lección de compañerismo de la plantilla, con un Fernando Santos al que esta ciudad nunca le hizo justicia, y de la singular personalidad de Caneda. La crónica que escribí con mayor felicidad en toda mi vida fue la del ascenso a Primera en Oviedo.

En esos años disfruté de las visitas con el Compos a los mejores estadios de España, viví derbis entre Celta y Depor, competiciones europeas en Riazor, una final intercontinental de hockey con el Liceo, una Vuelta Aérea de España y un sinfín de entrevistas como al malogrado Juanito, Ronaldo, Bebeto, Romario, Simeone... sin olvidarme de la persona más desagradable que se cruzó en mi camino, Ángel María Villar.

Pero otra casualidad quiso que la tierra temblara en Galicia. Era el 22 de mayo de 1997. Me presenté en la redacción y me ofrecí a ir a Sarria porque había estado allí en verano con el Compostela. Los ojos y los oídos de la plantilla del hotel Alfonso IX pertenecieron a EL CORREO y publicamos información de la buena durante varios días. Fue el motivo que me llevó a la sección de Galicia para coordinar las delegaciones de Vigo, A Coruña, Ferrol, Pontevedra, Ourense y Monforte, con la ayuda en el último tramo del buenazo de Andrés Tarrío al que una enfermedad nos lo robó.

Y así hasta que un día me comunicaron que pasaba a la sección de Comarcas. Estaba listo para asistir a las fiestas de los Dolores de mi queridísima Vedra. Y fue el lugar ideal para celebrar mi ascenso a jefe de sección. Desde ese momento supe de las dificultades de trabajar con políticos mediocres que en vez de alcaldes o concejales se creen reyes. Las cosas buenas llegaron por la compañía de un jefe, Juan Salgado, que siempre tendré como excelente persona y gran amigo y, pese a tener que evitar por única vez en mi vida las zancadillas de compañeros, estoy muy satisfecho de una sección en la que todos los compañeros responden siempre, incluso en momentos duros como cuando murió Trillo, nuestro alma máter en Costa da Morte.

Son muchos años y recuerdos. Como cuando llevé la antorcha de Barcelona 92, cuando Julio Iglesias un domingo nos saludó uno a uno en la redacción, cuando estuve con Vicente del Bosque o Amancio Amaro, cuando dí conferencias sobre una de mis pasiones, el vino, con Paco Lobatón, Luis del Olmo, Alfredo Amestoy, Paloma Gómez Borrero o Mari Carmen Izquierdo entre el público o cuando me nombraron en la Festa do Viño da Ulla de Sarandón caballero de la Orden de la Bota.

El balance de más de media vida tecleando en esta redacción es muy positivo. Las benditas casualidades y la dedicación al trabajo marcaron mi trayectoria. Mi gran pena es que mi padre, siempre orgulloso de sus cuatro hijos, no pueda ver en que me convertí y en lo que luché para llegar aquí. Y no es que en EL CORREO me hiciera un hombre, pero sí afiancé mi espíritu generoso en todos los aspectos y gané mucho en organización, responsabilidad, seriedad, rigor y compromiso y, sobre todo, aprendí a escribir con cabeza pero con el corazón en la mano, con humanidad y humildad, rasgos con los que me identifico y además son el vehículo que muchas veces me ayudó a conquistar al lector.

16 jun 2020 / 01:08
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