Historia. Los mayores de la villa recuerdan su apertura en el año jacobeo de 1948 // En 1965 el párroco volvió a abrirla y presentó un plan de reactivación de la ruta de peregrinaje a Fisterra, el cual fue rechazado en Santiago TEXTO Juan G. Satti Bouzas

Puerta del perdón en la meta del Camino al fin de la tierra

Patrimonio
Juan G. Satti
Puerta Santa de la iglesia parroquial de Fisterra. Foto: ECG

Los mayores del pueblo recuerdan la apertura de la Puerta Santa fisterrana en el jacobeo de 1948 por el entonces párroco don Juan Bueno Bueno; en el de 1954 fue don José Otero González quien colocó las puertas de madera que se ven hoy; en 1965 don Luciano Moreira Carracedo abre con el apoyo del alcalde Alfonso Francisco Lado de Pomiano, al tiempo que presentaban un plan de reactivación del Camino al fin del mundo que fue rechazado en Santiago; y en 1971 incluso se organizó una excursión a la catedral donde a disgusto de la comitiva, esta fue relegada a un rincón apartado.

La desidia fue tal en las décadas sucesivas que don Luciano se negó a abrirla en el jacobeo de 1993 en señal de protesta pública cuando el Camino recibía un nuevo impulso desde la Xunta de Galicia, que oficializó Fisterra Fin do Camiño en contra de los intereses compostelanos. Luego, debido a una sucesión de robos de joyas a los santos, se clausuró y el actual párroco don Agustín Fariña solía abrirla en Domingo de Ramos y a petición de caminantes .

La primera vez en la historia de los años jubilares que se abrió una Puerta Santa, según Giovanni Rucellai de Viterbo (1450), fue a instancia del Papa Martín V en 1423, en la basílica de San Juan de Letrán. En ese tiempo los jubileos se celebraban cada 33 años y en el Vaticano se inicia la tradición en 1499. En esa ocasión, el Papa Alejandro Vl quiso que fueran abiertas también en las demás basílicas mayores de Roma. Este Papa dispuso el ritual de apertura que fue definido en 1525.

Inspirado en la ceremonia iniciada en los años santos de Roma, el arzobispo Alonso Fonseca III encomienda una apertura en la cabecera catedralicia que da a la plaza de la Quintana, como símbolo tradicional para los años santos compostelanos. Pero no es la única. Las cuatro Puertas del Perdón a lo largo del Camino de Santiago son: la de San Isidoro de León, Villafranca del Bierzo, la compostelana Puerta Santa y la de Santa María de Fisterra.

Al contrario de lo que muchos piensan, no se ganan indulgencias atravesando estas puertas; en todo caso,dispensas por no poder realizar el Camino por causas de fuerza mayor. Para ganar la indulgencia son necesarias otras acciones como orar por las intenciones del Papa, rezar el Credo y el Padre Nuestro o recibir la Comunión.

Se ganaban aunque no fuese año jubilar, 200 días de remisión de pena para quien participase en la misa del altar mayor de la catedral; 600 días y la tercera parte de la pena participando en la vigilia y fiesta del Apóstol; un tercio de la pena por la peregrinación a Santiago y, sobre todo, indulgencia plenaria si el peregrino fallecía en pleno Camino.

La puerta de Fisterra no consta dispensas por pura lógica, pues es la última del camino, pero sí pudiera tener relación con las indulgencias a los peregrinos que navegaban a Santiago o hacia las cruzadas.

El papa Calixto II, a principios del siglo XII, acordó ofrecer a los peregrinos ingleses que fuesen dos veces a Santiago concesiones semejantes a las de Roma, y el papa Inocencio III en el siglo XIII otorga las mismas indulgencias a quienes iban hacia las cruzadas. En la Gran Enciclopedia Gallega, al reseñarse la historia de la iglesia de Santa María de Fisterra, se describe la actual Capilla del Carmen (antigua del Rosario) de estilo plateresco y aludiendo conjuntamente a sus patrocinadores en los términos siguientes: “Escritura de fundación e institución de la Capilla de Nuestra Sra. del Rosario colocada en la Yglesia Parrochial de la Villa de Finisterre, la cual dotó y Fundó Maria Blanca biuda que finco de Fernando de Mallo, mercader, año (1)534”.

Y sobre el dintel se adivina “hizo esta puerta y capilla María Blanca”, flanqueada por los blasones familiares y una pequeña cruz de San Juan indicando su importancia como la de Santiago es señalada por otra cruz en una de sus jambas. El origen legendario del apellido Blanca o Blancas, se recoge en Coronaciones de los Serenissimos Reyes de Aragón escrito por Jerónimo de Blancas y Tomás. Allí se narra la hazaña del caballero aragonés Martín Martínez de Gombalde armado con armas blancas, que recuperó un castillo en manos castellanas en un duelo con su alcalde, que estaba armado con armas negras.

La historia recogida por el rey de armas de Fernando II, en su Nobiliario hace constar que el vencedor hizo cambiar su antiguo apellido por el de Blancha o Blancas, y con ello el emblema de su escudo. Así el que vemos en Fisterra es un escudo medio partido y cortado con dos caballeros afrontados con armadura y un brazo armado con una espada, la cual invade el cuartel primero contraviniendo las reglas de blasonado. Pero quizás indicando que es el mismo dueño. La leyenda parece decir María Blanca.

El otro escudo es el de su marido Fernando de Almallo de Reino: en campo de azur estilete y bezantes de oro. En cuanto al ceremonial de apertura de la Puerta Santa de Finisterre, sería el siguiente: el rito marca la salida con la proclamación del Evangelio de san Lucas en procesión hacia la sagrada abertura donde el sacerdote pronuncia las palabras: “Haec porta Domini” (Esta es la puerta del Señor) y da un golpe con el martillo. A lo que se responde: “Iusti intrabunt in eam” (Los justos entrarán por ella). “Introibo in domum tuam, Domine” (Entraré en tu casa, Señor) y da otro golpe. R.: “Adorabo ad templum sanctum tuum” (Te adoraré en tu templo santo). “Aperite mihi portas iustitiæ” (Abrid las puertas de la justicia) y tercer golpe. R.: Ingressus in eas, confitebor Domino (Entraremos por ella para dar gracias al Señor).

Dando paso a la lectura del evangelio según San Juan (10, 9): “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, se salvará”. Este año el oficiante del acto es el padre John Paul Britto Celestine en ausencia del titular Agustín Fariña. La puerta tiene una evidente relación simbólica con los ritos de paso a una nueva vida y con una revelación iniciática al cruzarla. Lucas, 13:22: “Esfuércense por entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no lo lograrán”.

No es casual que encontremos una figura en espiral o laberinto junto a esta entrada santa. Tiene doble razón de ser, en cuanto permite el acceso a determinado lugar donde no todos pueden penetrar indistintamente y tan sólo los que están cualificados podrán recorrerlo hasta el fin. Y del que el “juego de la oca” y su vinculación al camino de Santiago, es una imagen más de las vicisitudes de la vida espiritual.

Antiguamente la puerta de estilo Egas cisneriano estaba tapiada, lo que explica el uso de un martillo de albañil para derribarla y un pedestal donde se colocaban los utensilios litúrgicos. Y si el visitante se fascina con lo bello y enigmático de este ritual, no menos se sorprenderá de ver en el bestiario de un capitel de los arcos que sostienen el coro, a un “demonio” cuyo rostro se forma al converger dos chivos en el canto de la moldura. Está de cara a la Puerta Santa sacando la lengua y sonriéndole a aquellos que la atraviesan en años jacobeos, especialmente el primero suele ser el sacerdote, que la abre topándose con la mofa que un tallador imaginero dejó como testimonio de su espíritu burlón.