Abulia, entusiasmo ciego o viceversa

Firmas
Xosé Ramón R. Iglesias
Un imberbe Pedro Sánchez fue recibido en el verano de 2017 en La Moncloa por un relajado Mariano Rajoy. De sus expresiones se deduce que ese día no estaban dispuestos ni a enfadarse, total para qué. Ambos tenían claro que tampoco iban a llegar a algún acuerdo (total para qué). Foto: Ballesteros

Hay días en que uno se levanta sin ganas de hacer nada y otros en que te despiertas con deseos de comerte el mundo pero de pronto te encuentras con el inconveniente de que las musas esa mañana no vinieron a visitarte y careces de ideas para llevar a cabo tus planes. Todo el mundo racional atraviesa por días así, inapetentes o negados, incluso los políticos que a veces parecen tan irracionales, así que hoy, que de mucha inspiración no me encontré imbuido cuando dejé a Morfeo en la cama, podríamos experimentar a pasar por el tamiz de estas jornadas terribles a nuestra clase dirigente. ¿Qué hace, por ejemplo, un presidente del Gobierno cuando le ataca uno de estos amaneceres que amenaza la productividad de sus necesarias horas de trabajo?

Es difícil, la verdad, imaginarse a Pedro Sánchez despertándose un día sin ganas de hacer nada. No sé si será efecto del colchón mágico que se llevó a La Moncloa, que hace que descanse a pierna suelta con o sin Pablo Iglesias en la Vicepresidencia, o si ya es un defecto de fábrica, pero si algo tiene el actual presidente es que es una persona inquieta y revoltosa hasta niveles sobrehumanos a la que incluso, por el bien del país, en demasiadas ocasiones habrá que mandarle parar.

Descartada por completo, entonces, la primera suposición, sin entrar en más detalles para los que necesitaríamos echar mano del psicoanálisis, centrémonos en la segunda. Sí, efectivamente, un presidente bullebulle en un día de mente aciaga, con la capacidad de mando que ostenta en función de su cargo, puede representar un enorme peligro para toda la nación. Ahí el pueblo español, indefenso, estaría en las manos de la capacidad de su círculo más estrecho de asesores para aplacar su ánimo de inscribir en el BOE sabe dios qué medidas disparatadas. Que a lo mejor, vete tú a saber, al final son las que pasan a constituir las auténticas genialidades que le atribuyen a Sánchez, si es que se le imputa alguna. Pero, en principio, no estaría de más conocer qué ocurrencias concibió el presidente del Gobierno en uno de esos días en que no se le ilumina el intelecto y tampoco tiene a su lado a ningún Abel Caballero capaz de conectar cualquier tipo de cable para producir luz.

¿Sería en uno de estos días infaustos cuando Sánchez engendró la peligrosa idea de abrir una mesa de diálogo con el independentismo catalán instalado en la Generalitat? Posiblemente, y sin embargo, sirvió para que los catalanes dejaran de darnos la matraca con sus posiciones soberanistas de corte maximalista sin que, que se sepa, se llevaran alguna contrapartida práctica. ¿Sería en uno de estos nefastos días cuando el presidente cedió a las exigencias de Podemos para estrenar un Ejecutivo de coalición, inédito hasta 2020 en nuestra política nacional? Seguramente, pero a la postre pocos gobiernos demostraron una mejor capacidad de supervivencia parlamentaria con una aritmética tan alejada de la mayoría absoluta.

Y así podríamos seguir algún párrafo más, pero nos abstendremos de ello para dejar espacio al análisis de su antecesor, Mariano Rajoy, que en este mismo examen puede regalarnos conclusiones muy interesantes. A Rajoy sí se le puede imaginar en un día que se despierte desganado. En ese caso, probablemente, leería el Marca y daría la jornada por concluida, no sé si por un defecto en la transmisión de energía nocturna del colchón reemplazable que usaba en La Moncloa o por un problema de fábrica que lo inclina a la inacción o indolencia sin mayores problemas de conciencia.

Y el Mariano eufórico pero sin inventiva también se quedaría parado. Sabe que no vale la pena luchar contra el desprecio casual de las musas. Tanto sus aciertos como sus errores políticos los cometió a conciencia.