Acríticos, dóciles y sumisos

Juan Salgado

ACOSTUMBRADOS a la simpleza de un tuit y ajenos a todo esfuerzo intelectual que implique más allá de cinco minutos de reflexión, es difícil imaginar en la reciente historia del parlamentarismo español un más bajo nivel de debate y de análisis crítico, donde los argumentos sucumben ante las ocurrencias, los razonamientos a los chascarrillos y donde, en fin, las más sesudas reflexiones no alcanzan el nivel mínimo de una insustancial Wikipedia. Ahí se acaba toda la capacidad de análisis, de contra-argumentación, de conocimiento. En suma, la consecuencia de los másteres aprobados de tapadillo, las tesis copiadas, los currículos que no completan el bachillerato y de experiencias laborales desconocidas en la ventanilla de la Seguridad Social. El reino de la mediocridad como nunca antes se había visto en política.

Como no hay día sin afán, el bochorno de los recientemente pasados nos trae la amenaza de expulsión del Partido Socialista Obrero Español de dos de sus más destacados dirigentes históricos, que miden su trayectoria personal desde la ejemplaridad de sus conductas, su indiscutible valía intelectual y desde la eficacia de las políticas por ellos desarrolladas. El sanchismo –asimilarlo al socialismo es un inmerecido ultraje a la memoria democrática de este país– se propone la expulsión de Nicolás Redondo y de Joaquín Leguina por aparecer en una foto con Isabel Díaz Ayuso, en plena campaña electoral.

Como disparan antes de preguntar incluso contra los suyos, ignoran que ese encuentro se realizó a instancia de los dos militantes socialistas, en tanto que patronos de la Fundación Alma Tecnológica –volcada en la atención a personas con discapacidades, especialmente a los faltos de recursos– para llevar al conocimiento de la candidata popular –y a otros, como Ángel Gabilondo, que no acudieron– la tan altruista tarea que atiende a más de trescientos jóvenes de los que setenta ya han logrado su plena integración laboral.

Por eso la amenaza de expulsión supone, además de una gratuita y abyecta ofensa a una fundación tan digna de elogio, el absoluto desconocimiento que sus instigadores demuestran de lo que en la historia política de la España reciente han supuesto las trayectorias tanto de Redondo, firme baluarte contra la barbarie etarra y sus brazos políticos, como de Leguina, el único socialista que gobernó la Comunidad de Madrid, a la que llegó con mayoría absoluta y en la que se mantuvo durante tres legislaturas.

Por esa tan informativa como solidaria foto y para quienes han escrito algunas de las mejores páginas del socialismo español quiere el sanchismo tomar medidas desde una directiva que tiene en Adriana Lastra, en tanto que su portavoz en el Congreso, el epítome, el prontuario de este nuevo socialismo, en el acertado decir de un lector de prensa, “relativamente joven, relativamente inculta, laboralmente inexperta y altamente capacitada para la repetición de eslóganes populista de efecto inmediato y nulo significado”.

Que desde tan ínfimo bagaje biográfico se pretenda ahogar –que esa es la razón última de tal medida– la capacidad crítica de los militantes socialistas reafirma de nuevo el totalitarismo de una dirección que los quiere acríticos, dóciles y sumisos. Nada nuevo en quien, como su secretario general Pedro Sánchez, ya evidenció su catadura democrática con el intento de pucherazo en el Comité Federal de su formación, sin control, ni censo, ni interventores y manipulando los votos en una urna escondida tras una mampara.