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JUAN SALGADO FERNÁNDEZ / Periodista / Exsubdirector

Testigo de una época irrepetible

Si Neruda, en tanto que poeta, se confesaba no haber vivido en sí mismo sino la vida de los otros (Confieso que he vivido), no caben dudas de que, hecha la trasposición de la poesía al periodismo, cada profesional de la información vive su vida marcada por las vidas que van saliendo a su paso, con las que se encuentra, aquellas que encienden la chispa del interés general y que por ello mismo se erigen en protagonistas de la noticia de cada día.

En la invitación que la Dirección del periódico nos hace para festejar la rotundidad de ese número 50.000 desde las propias vivencias, acaso resulte tan pretencioso como inútil hacer partícipe al lector de lo que, siguiendo a Neruda, no son más que hojas amarillas que, como en las arboledas de otoño, van a morir en el desdibujado desván de la memoria individual. Bien está que allí se queden.

Por el contrario, como ocurre en ese también otoñal tiempo de las viñas, quizá sí valga la pena rescatar para la complicidad del lector las uvas maduradas al sol de tantos años de periodismo –42 apareciendo de forma ininterrumpida en esta misma empresa de ECG por parte de quien esto firma– y que bien merecen revivir en el vino sagrado de la fiesta y la confraternidad, de la comedida euforia y de la alegría de haber vivido. Porque ellas, desde la más directa a la más circunstancial participación del periodista, han ido señalizando cual mojones de la información, cuando no de la emoción, ese caminar por la vida de ciudadanos y colectivos, de pueblos construyendo el futuro en su transitar.

Desde lo colectivo y como país, el periodista quiere destacar tres significativos actos vividos desde la participación profesional, con plena consciencia de su significación y relevancia: La foto de familia que, concluida su tarea, los miembros de la Comisión del Estatuto dos Dezaseis se hicieron en el salón rojo del Pazo de Rajoy. La coartada manifestación que hasta tres cinturones policiales trataron de impedir pero que acabó congregando en la plaza del Obradoiro a unas pocas decenas de hombres de la política y de periodistas, alumbrando los inicios de las manifestaciones del Aldraxe que habrían de repetirse Galicia adelante en búsqueda de un Estatuto digno. Por fin, la emblemática noche-madrugada del 23 de junio de 1982 en el extraordinario marco del refectorio del Palacio de Xelmírez, donde el primer Parlamento gallego alumbró la Ley de la capitalidad en favor de Compostela y como expresión de la voluntad de toda Galicia de ser una y Santiago su capital.

Aún desde lo colectivo pero en el ámbito más concreto de la urbe compostelana, el periodista no puede por menos de aludir a otros tantos actos a los que le condujo la tarea profesional y que suponen otros tantos hitos para la ciudad.

El primero de ellos, en 1982, lo fue la entrega a Compostela de la Bandera de Europa, simbólico inicio que habría de tener pronta e ininterrumpida continuidad en los sucesivos del premio Europa y, aún, las distinciones del Camino, primero, y Compostela, después, como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Fue en ese mismo 1982 cuando el “hijo de Polonia”, Juan Pablo II visitó Santiago para desde la nave central de su regia catedral lanzar el certero y angustiado grito a Europa para que se encontrara en sus raíces, que eran también las compostelanas, y que tanto retumbó en las más altas instancias políticas de la Europa comunitaria. Por fin, y como expresión del continuado vínculo que a lo largo de la historia la ciudad mantuvo con la cultura y el conocimiento, la celebración, en 1980, de la primera de las galas de los Premios Gallegos del Año organizadas por este periódico y que desde entonces y de modo ininterrumpido nos acercan cada año a lo más sobresaliente de nuestra cultura, conocimiento y sociedad para señalarnos que hay futuro, que hay país.

Por el lado de las frustraciones, que jalonan también la vida de cada cual, lamenta el periodista la vigencia de pocos años del proyecto de Tierras de Santiago que la crisis económica del momento y la tradicional miopía política de nuestro rural arrumbaron al desván de las causas perdidas, quizá por ser más complaciente con la sociedad que con la oficialidad, con el ser que con el parecer. No se lo merecía el excepcional equipo de profesionales que acompañaron al periodista en la frustrada aventura. Quede constancia.

Quedan aún en esa larga trayectoria de años capítulos importantes para la emoción, como el estremecimiento en aquella inmediata presencia en la discoteca Clangor antes de llegar los bomberos y cuando la humareda de la explosión daba un más lúgubre tinte de irracionalidad a esa Compostela esencialmente juvenil, como la había definido Cunqueiro en una de sus colaboraciones en La Noche. Las duermevelas de la televisada guerra del Golfo en las que nada de lo hecho en el día valía para la edición final a la espera de los misiles Tomahawks, o la fortuna de poder haber levantado páginas del periódico para incluir la feliz caída del Muro de Berlín en aquella emblemática noche de noviembre de 1989.

Y queda, en fin, amigo lector, en estos cuarenta y dos largos años de vivencia, el reconfortante poso, impagable en esta nuestra profesión, de haber ejercido durante años la tarea de Defensor del Lector y, sobre todo, la de haber podido en todo tiempo y circunstancia trabajar en libertad, desde la particular responsabilidad y entender porque, como sigue siendo axioma en esta casa largamente centenaria, los hechos son sagrados y las opiniones libres.

Que así siga siendo por otros 50.000 números más.

16 jun 2020 / 01:15
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