Casado, entre Murcia y Galicia

Luis Pérez
Un millón de doses en España están almacenadas. Foto: A. Hernández

EL caso murciano se asemeja, en su espíritu, a lo sucedido en Galicia hace 34 años cuando Albor fue desalojado de la presidencia de la Xunta (1987) por una moción de censura. La diferencia, no menor, es que ahora quedó en intentona. Hay, claro, algunas otras variantes. Hablamos de distintas épocas históricas y las comparaciones pueden resultar inapropiadas. De aquella, por ejemplo, el transfuguismo no estaba mal visto. Las acusaciones eran de felonía, concepto hoy sustituido por el más tosco de traición. Pero la finalidad y el desarrollo de los acontecimientos es similar: una parte del gobierno se alía con la oposición para tumbarle y ganar poder.

La operación, muñida desde Moncloa y Ferraz con la colaboración de Arrimadas, fracasa, pero de inmediato provoca un tsunami político por toda España –tres mociones de censura más, elecciones en Madrid y crisis de Gobierno–, cuyos destrozos definitivos están todavía por escribirse. Asistiremos, probablemente, a la disolución de las Cortes y nuevas generales.

En fin, un esperpento agravado por el momento elegido. Las ansias de poder se anteponen a la crisis sanitaria y económica. La salida de Iglesias del Gobierno presagia la ruptura de la coalición, aunque cuando Sánchez dé explicaciones de su gestión podrá alegar: “Ya lo decía yo”. Cierto, dos días antes del abrazo se sinceró diciendo que con Podemos en el Gobierno no podría dormir tranquilo. Pocos le creyeron, ni siquiera con el añadido de que el insomnio atacaría a todos los españoles.

Tampoco duerme tranquilo Casado, aun cuando se mostrara exultante en Cartagena. Hay que traducir su euforia en idioma electoral, de acento madrileño en primera instancia pero de futuras consecuencias estatales, como bien acreditó Iglesias con su salto a la política regional. Un salto hacia arriba, se desprende, situando a Madrid por encima de España. También Ciudadanos eleva al portavoz en el Congreso, Bal, al nivel autonómico. ¿Será que se están despidiendo?

Tras el camino iniciado en Murcia hacia La Moncloa, que puede acelerar si Ayuso se hace con el trono madrileño, Casado se encontrará en una encrucijada con dos vías de salida: ¿La murciana o la gallega? La primera, en compañía de los que huyen despavoridos del Cs y a poca distancia de Vox, supondría el reconocimiento de su incapacidad para alcanzar la meta en solitario. La ruta gallega, encarnada en Feijóo siguiendo el rumbo iniciado por Albor y seguido por Fraga, es más accesible, en la que cabe todo el centro derecha, e incluso cómoda para los nostálgicos del felipismo, que por razones de pirámide demográfica no son cifra despreciable.

Ya sabemos que cada territorio en esta España diversa tiene sus características propias. También políticas. Lo más fácil para Casado sería tirar por el camino de en medio. Pero, ojo, puede ser el de nadie y perderse.