¡El Senado existe!

Luis Pérez
Sánchez saluda a Feijóo antes de comenzar la sesión del Senado. Foto: EP

LA circunstancia de que Feijóo precisara de una plataforma de nivel para medirse con Sánchez provocó el nacimiento efectivo del Senado. La institución fue creada, en el papel, en 1978 con la Constitución como cámara de segunda lectura, cuya principal actividad es revisar las leyes que aprueba el Congreso, pero sin más relevancia que cuando las mayorías de las cámaras son diferentes -no es el caso actual- se produce un ligero retraso en la aprobación definitiva de la norma, pues quien tiene la última palabra son los diputados.

La única decisión trascendental tomada por el Senado, que yo recuerde, fue con motivo de la decisión del Gobierno en 2017 de intervenir la autonomía en Cataluña para frenar la independencia. Necesitaba ser refrendada por la Cámara Alta por mayoría absoluta, que tenía el PP de Rajoy y a la que se sumó el PSOE y otros partidos con menor representación. Fue, digamos, la excepción que confirmaba la regla sobre su irrelevancia.

Con la llegada del gallego, aunque solo durante el poco más de un año que resta de legislatura, al menos será noticia cada mes mes, como lo fue esta pasada semana por vez primera. Eso sí, con el largo paréntesis previo hasta después del verano en que se reanudarán las sesiones de control. El primer cara a cara, más allá de asuntos anecdóticos por ambas partes, resulta esperanzador, en el sentido de que se vislumbraron las respectivas estrategias. Sánchez insiste en acusar al PP de no colaborar en asuntos esenciales -citó el bloqueo en el Consejo General del Poder Judicial- mientras que Feijóo cambió el discurso de Casado para centrarse en la economía, especialmente en la inflación y consiguiente pérdida de poder adquisitivo.

De aquí a septiembre, cuando se reanuden las sesiones de control, sin duda pasarán muchas cosas. Entre otras, las elecciones andaluzas del próximo domingo, que pueden suponer el inicio de un nuevo ciclo político. Pudiera también, siendo optimistas, terminar la guerra en Ucrania. O España recuperar las relaciones con Argelia sin que supongan mayor tirantez con Marruecos. Pero también empeorar, lo cual a nadie sorprendería después de la desastrosa actuación de la diplomacia española y de la incapacidad para atajar las subidas de precios. Ningún gobierno de la democracia se había metido en semejante lío con nuestros vecinos del Norte de África, cuyas consecuencias menores serán un incremento del precio del gas.

Lo que seguirá igual o peor es la economía. Pasado el primer verano dulce tras dos amargados por la pandemia llegará un otoño cargado de nubarrones. Por eso, o Sánchez cambia de registro o Feijóo tendrá las de ganar. Preocupa más la cesta de la compra que quien gobierne a los jueces.