El terapéutico caos de ‘La Creación’ de Haydn

Firmas
Pilar Alén
Fresco de la Capilla Sixtina en la ciudad de Vaticano. Detalle de la mano divina. Foto: ECG

Caos, desolación, incertidumbre y miedo se cuelan por cada rendija y, evidentemente, nos afectan, sumándose al cansancio acumulado. Y todo irá a más si no le ponemos nuestro propio freno pues no es lo mismo encararse bien pertrechados que a cuerpo descubierto.

No es momento de echar más leña al fuego, ni de alimentar el sentir escatológico de algunos. Situaciones similares se han visto reflejadas en el arte, la literatura y la música, con gran plasticidad y fuerza, pero sin atisbo de tensiones ni estruendos. Aunque no siempre, desde luego.

Me viene a la mente La Creación de Joseph Haydn. Interpretada en Viena en 1798, surgió en una Europa convulsa y revuelta. Haydn tuvo la suerte de capear el temporal gracias a sus magnánimos mecenas y a su carácter apacible, sin tendencia a crear dramatismos ni conflictos innecesarios. Su coetáneo Ch. Burney dejó escrito: “Era tan buena persona como buen músico”. Podría haber compuesto el fin de una era cambiante y llena de rebeliones, pero se decantó –sería largo de contar los motivos– por musicalizar un texto con citas del Génesis, los Salmos y el Paraíso perdido de Milton, El resultado: nada semejante a un lamento.

Como apunta S. Sadie:Si hay una sola obra que resume a Haydn como hombre y como compositor, esta es La Creación”. ¿Por qué? se preguntarán. A nivel afectivo, por ser un canto de constante alabanza que invita a dar gloria por todo lo creado; una alegre y profunda declaración de fe optimista y segura, que embauca a creyentes y no creyentes. A nivel musical, porque combina a la perfección la compleja polifonía de Bach, el coralismo inglés de Handel y el sinfonismo maduro de Mozart. Cierto es que, en medio de lo normativo, Haydn hace uso de un lenguaje musical novedoso y rompedor, del que beberán Liszt o Wagner. No en vano, fue un grande de la música.

Impresiona el inicio, con La representación del caos. Hay turbulencias musicales, pero no estridencias notorias. Esa quietud se ve rota, aunque felizmente iluminada con un radiante acorde cuando el coro canta explosivamente: Y la luz se hizo. A partir de ahí todo sigue un curso de puro lirismo, con poéticas y gráficas descripciones (la agitación de los mares, el florecer de los campos, el vuelo de los pájaros) y gráciles y divertidos pasajes animando la aparición de las criaturas vivientes (aves, felinos, reptiles). Por último, Adán y Eva que, a la vista de todo, celebran la obra realizada y su mutuo amor.

Al margen de consideraciones sobre su idílico contenido teológico y el autocrecimiento espiritual profesado por Haydn (Nunca fui tan devoto como cuando trabajaba en La Creación), quedémonos con esa idea: todo, a su debido tiempo, alcanza un orden que, en este caso, se plasma en el surgir del universo.

El músico no va más allá, pero todo el relato bíblico posterior, da cuenta de que nada de lo creado ha quedado a su suerte. Bien se ve en la Capilla Sixtina, en la antropomorfa e imponente imagen del Creador que alarga su mano hacia un Adán, aún sin apenas vida.

Así podría verse esta etapa que vivimos. No como una época de maldiciones y malos farios, ni como una concatenación de plagas o una fatídica alienación de los astros.

Dicen algunos: ¿qué más nos puede suceder? Parecen aferrarse a la Ley de Murphy: “Si algo malo puede pasar, pasará”. ¿Y si la cambiamos por otras máximas más optimistas y de mejor provecho?, como: Si tiene solución ¿por qué lloras? Si no tiene solución ¿por qué lloras? O, en boca de un sabio mártir: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (T. Moro).

En nuestra tierra, pese al carácter lánguido y melancólico que nos atribuyen, tenemos ingeniosas expresiones para todo: “malo será”; “éche o que hai”; “se chove, que chova” No son fórmulas que hagan saltar de alegría, ni inviten a bailar una muiñeira, aunque lo intenten a través de algún anuncio televisivo. En cambio, relativizan y desdramatizan cuestiones irresolubles y mantienen el balanceo de la cuna –que nadie piense en la película de suspense de Hanson– mientras amaina el llanto o los reveses de la vida.

Hay recursos para sobrellevar la espera en medio de esta caminata terrena. Casi todo puede ser terapéutico, concepto tan en boga que hasta sirve para promocionar nuestro cocido gallego.

¡Qué afán por rizar el rizo! Vayamos a lo simple. Die Schöpfung de Haydn, en versión de Clemens Krauss (1942), J. E. Gardiner (1996), P. McCreesh (2006) o la que tengamos a mano y más o mejor nos deleite e inspire, es receta digerible. ¡Infalible!