Elitismo moral en la mediana edad

Andrés Bernárdez

HACE ya unas semanas que empezaron las clases en la USC y los nuevos estudiantes dispuestos a estrenar su libertad llegaron a la ciudad en masa. Este año lo tendrán más difícil: por si la crisis sanitaria no fuera suficiente disuasión, el Concello de Santiago amenaza con aumentar las multas a los irresponsables que decidan poner su disfrute por encima de la salud de sus mayores. Sin embargo, dejando las limitaciones actuales a un lado, el primer trimestre académico suele traer consigo un debate que año tras año se repite y que divide a la comunidad universitaria.

Son las novatadas, esos juegos que los más veteranos imponen a los recién llegados y que a lo largo de los años han creado una gran polémica, sobre todo entre quienes o no han pasado nunca por la universidad, o no la pisan desde hace décadas. Desde la perspectiva adulta y madura de mucha gente, las novatadas no son más que gamberradas en las que los jóvenes se ven obligados a participar por una especie de presión social. Es curioso pensar que los más críticos con estas prácticas suelen ser los mismos que después lamentan la infantilización de la juventud, atacan la falta de responsabilidad de las nuevas generaciones y abanderan la máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Sin embargo, algunos nos preguntamos por qué hay quien se cree más capaz de discernir entre el bien y el mal que otros, simplemente por acumular más experiencia en esta vida. Les imponemos a los universitarios –muy acertadamente– las mismas responsabilidades que a cualquier otro ciudadano mayor de 18 años, y los criticamos cuando se desentienden de esta responsabilidad, pero al mismo tiempo no aceptamos que tomen decisiones libremente como cualquier mayor de edad.

Personalmente creo que buena parte de los que participan en estos retos, que a menudo consisten en humillaciones e ingestas desproporcionas de alcohol colectivas, son personas con algunas carencias sociales. Pero no me siento con la potestad de intentar prohibir a alguien hacer lo que crea conveniente en su vida privada, algo que sí han hecho muchos colegios mayores y universidades en este país. ¿Quién soy yo para decirle a un igual, a una persona con las mismas responsabilidades sociales y legales que yo, que no puede bañarse en vino de brick porque eso lo degrada como persona?

Está claro que muchos de estos dieciochoañeros solo participan en las novatadas en busca de un sentimiento de pertenencia. Pero también es cierto que no tiene ningún sentido llenarse la boca hablando de lo infantiles y sobreprotegidos que están los jóvenes de hoy en día mientras se sigue sobreprotegiendo a mayores de edad, alegando que no saben lo que hacen. Ya se arrepentirán, si tienen que hacerlo. Puede que dentro de unos años incluso lo recuerden con cariño.

Dejemos que cada uno haga lo que crea conveniente y, si en algún momento alguien se pasa de la raya, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, que sea la ley la que los juzgue, como mayores de edad responsables de sus actos que todos queremos que sean.