Escaladas de violencia

Firmas
Abel Veiga

CUANDO ayer y pasado mañana se conmemora una nuevo aniversario de unos de los mayores crímenes contra la humanidad, el lanzamiento de dos bombas, una de uranio, otra de plutonio, los 6 y 9 de agosto en Hiroshima y Nagasaki, el mundo asiste incrédulo en parte, pasivo e indiferente en otra, a la escalada de violencia que este 2022 depara y parece no cesar.

Ya las noticias de la guerra en Ucrania no abren ni telediarios ni portadas de periódicos. El mundo se ha acostumbrado a los tambores de guerra y ha dicho basta a contemplar imágenes de dolor y destrucción. Somos así, egoístas desde nuestros cómodos sofás y cansinos cuando un problema ya no se resuelve ni tiene visos, indiferentes. En esto llega la escalada en Taiwán con un excusa perfecta, la visita de la presidenta del Congreso norteamericano, de la cuál hacemos una ofensa y mundo laberíntico para desatar algo que se estaba buscando y ahogar un poco más la situación económica y tratar de estrangular geopolíticamente a la isla. Y en los últimos días de nuevo en Gaza los misiles caen y los muertos, alimentan aún más el odio descarnado y visceral de un lado y del otro. Ahora le llaman operaciones preventivas. Cada cuál que juzgue como quiera.

Nada hemos aprendido del holocausto de fuego y muerte que el vómito mortífero del uranio y el plutonio depararon. Semanas antes la capital japonesa fue arrasada e incendiada totalmente por las bombas, digamos convencionales con miles y miles de muertos.

Pero la bomba atómica fue un antes y un después. Del poder norteamericana solo un hombre con peso se opuso, el hombre de absoluta confianza de Roosevelt y no tanto de Truman, el general Leahy. Recordaba un historiador que aquellas dos bombas eran, comparado con los arsenales nucleares que hoy tienen países como EEUU, Rusia, China, Reino Unido, Francia, Israel o India, meros petardos.