Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

El Correo: alma de Compostela y Galicia eterna

1878 Una fecha para enmarcar en la hercúlea tarea de construir un periódico. Tarea que se agiganta solo cuando se vuelve la vista hacia atrás. Cincuenta mil números. La magia de los números. Y con ellos historias de vidas, las que estuvieron y fueron, los que han sido y son, y cómo no, las que vendrán. Historias de Compostela, la vieja y mítica, amén de mística y a veces jacobina ciudad. Historias de Galicia misma. Tierra e identidad, alma eterna y siempre joven. Cada página es un tesoro de una realidad que fue. Que otros sintieron, vivieron, soñaron o simplemente conocieron y asintieron al lado monótono de la vida misma.

Con sus cadencias, sus momentos. Un periódico es como una noria, gira y gira, no se detiene con la fuerza del agua, con sus momentos más álgidos y otros más quietos. La quietud del alma tras el vibrar del ser, del cuerpo, con la noticia, con la fuente, con el testimonio, con la información, con la exclusiva, con la investigación, atrapando esos retazos esquivos con los que a veces la verdad se envuelve.

Pocos, muy pocos periódicos son capaces de llegar a este hito, ciento cuarenta y dos años de vida, cincuenta mil números, o lo que es lo mismo, cincuenta mil portadas. Día tras día, y siempre, intacta la misma ilusión, con la que el periódico se cierra en la tarde noche del día anterior antes de imprimirse. Olor a impresión, a linotipias que ya no existen en la era digital. Donde la noticia está ávida de vida efímera y que en breve deja paso a otra nueva. Con un aroma quizá más intenso, pero que siempre destila esa impronta de acercarnos a los lectores y la sociedad la verdad, el conocimiento y, sobre todo, la información.

El periódico de la capital que nació en Ferrol en el siglo XIX de la mano de José María Abizanda y siendo Victorino Novo García el primero de sus directores. Tiempos de restauraciones, tiempos de una Galicia y una España bien diferente y preñada de desigualdades y sobresaltos de un agitado siglo XIX. Reinaba el doce de los Alfonsos y Cánovas gobernaba. A fines de ese año se aprobó volver al sufragio censitario, y apenas ochocientos mil españoles votaban en aquella España que iniciaba el turnismo y se rendía ante el caciquismo omnipresente. ¿Cómo eran vistos los periódicos de aquél entonces? ¿quiénes los leían? ¿qué dificultades se encontraban sus directores?

Preguntas que hoy son igualmente trasladables a nuestro tiempo. Si una sociedad tiene una huella, una herencia, un pulso, estos vienen, inequívocamente marcados por sus periódicos. Ellos giran alrededor de la sociedad, del pueblo, de la ciudad y ésta alimenta al periódico con historias de vida, con historias de lo cotidiano, de los problemas reales que ocupan y preocupan a sus ciudadanos. No hay mejor testimonio para conocer el respirar armónico del tiempo en una sociedad. Con su pasar y pesar somnoliento, con las esperanzas de cambio, con sueños que a veces llegar a ser realidad y otros, simplemente olvido. Desnudo de florituras innecesarias.

Porque un periódico es vida, es latido, es sentido, pero efímero, hasta que al día siguiente llega uno nuevo, el mismo, con ropaje diferente pero idéntica fuerza, ilusión, principios, entrega y esfuerzo. Sí, esfuerzo. Humano, económico, social, un esfuerzo que es símbolo del compromiso, de una voluntad férrea de servicio. Un periódico sin esas entrañas matriciales no tiene vida, ni presente ni tampoco futuro. Al servicio de su sociedad para hacerla mejor, más fuerte, más interrelacionada, más humana, más real.

Y esto solo se puede alcanzar desde un radical compromiso con la verdad, con la objetividad. Cueste lo que cueste. Toque a quién toque. Esa es la vocación además de todo periodista, de todo director. Y que esa verdad se trasfunda en la fibras porosas de un papel imperecedero. Porque los periódicos perviven en la memoria colectiva. En la identidad, en el ser y el por qué.

Atrás quedan memorias y esfuerzos, retos, sueños de sus fundadores, directores, patrocinadores, socios o accionistas, trabajadores. Sin ellos, hoy no sería posible. La gran familia que hay en un periódico no la vemos con el simple hojear lastimoso o parsimonioso, vibrante y ávido de la noticia si solo vemos papel. Porque pese a éste, el periódico trasciende a la cosa, al objeto, porque se hace con el alma, con la intuición, con la devoción, con la satisfacción del deber cumplido.

Buscar, perseguir, alcanzar la noticia, la buena, por muy cotidiana o intrascendente que pueda parecer, siempre toca a la persona, al sujeto o sujetos de la noticia, lo noticiable por horas, por unos días, y embadurna de humanidad a chorros al periodista y al fotógrafo. A la redacción, a la dirección, a la edición y distribución que hace que llegue a cada casa, a cada empresa, a cada cafetería, a cada colegio, a cada rincón y cómo no, en el quiosco. El viejo quiosco que dormita en esa esquina, en esa plaza, en esa acera de toda la vida y que envejece con sus dueños.

Cincuenta mil números no es una cifra casual, ni tampoco caprichosa. Significa mucho. Simboliza y aúna el trabajo, la ilusión, las rutinas, los sueños, las alegrías y algunas decepciones, los aciertos y los pequeños tropiezos que la vida misma depara. Significa confianza, fiducia como decía los latinos, algo en lo que crees.

Si no hay credibilidad no hay alma, y esto es lo que hace grande a un periódico década a década, que ha sabido adaptarse a los tiempos, a los momentos, a las convivencia y fusiones (El Eco de Santiago, La Noche), que ha sido testigo directo de nuestras vidas, de nuestros quehaceres, de nuestros problemas y realidades, de los éxitos de un pueblo y de sus fracasos más sonoros como sociedad. Que ha visto pasar por la retina de una vieja linotipia, monarquías, dos dictaduras, una república y un tiempo de democracia como nunca hemos atesorado y que sin embargo no somos capaces de valorar en su justa medida.

No, no me equivoco cuando afirmo que EL CORREO GALLEGO es el alma de Compostela. La vieja Compostela, de sus porosas paredes de piedra y górgolas sagradas, de tantos momentos únicos que trascienden por toda Galicia. Gracias a quiénes lo hacéis hoy posible. Del primero al último. 50.000 números, 50.000 portadas, 50.000 radiografías diarias del sentir, del ser, de la vida de un pueblo y un país. No tiene precio.

17 jun 2020 / 01:51
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito