Escapar del naufragio

Juan Salgado

DILUIDO en el magma de la irrelevancia que tienen las noticias de segundo nivel, se acaba de conocer el abandono de su cargo de la directora adjunta del Gabinete de la Vicepresidencia primera y ministerio de Asuntos Económicos, Isabel Riaño, persona muy cercana a la ministra Nadia Calviño y que actuaba como su enlace con Bruselas. La renuncia tiene que ver con su designación, el jueves, para ponerse al frente de la recién creada dirección general de Competitividad y Comercio del Consejo de la UE.

La noticia, en efecto, no merecería especial relieve por cuanto no altera el discurrir del Ministerio al afectar sólo a las legítimas aspiraciones de una funcionaria. Tema distinto es si se abre el plano y se la relaciona con una práctica que se ha convertido ya en habitual en ese mismo departamento y que se ha llevado por delante a lo más selecto del equipo de confianza de que se rodeó la vicepresidenta gallega al ser nombrada, hace ya más de tres años, para dirigir los Asuntos Económicos del Gobierno. Un goteo que se inició con el cese a petición propia de la entonces secretaria de Estado de Economía, Ana de la Cueva -ahora presidenta del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional-, y al que continuaron el del responsable de la política del Tesoro, Carlos San Basilio –ya en el Banco Europeo de Reconstrucción-, con sus dos directoras de gabinete, así como Francisco Polo, personal apuesta de la ministra para temas de digitalización, y, en junio pasado, el cese de la directora del Gabinete, Carmen Balsa.

Que ahora se anuncie la tercera intentona de Calviño -tras los fallidos propósitos de presidir el Eurogrupo y la dirección gerente del FMI- para optar a la presidencia del Comité Financiero y Monetario Internacional, uno de los órganos de referencia del FMI, lleva a la no descabellada conclusión de que -blanco y en botella- Sánchez se quedará huérfano de su gabinete económico más pronto que tarde.

De la responsable de la Economía del Gobierno comenzaba a señalarse la metafórica maledicencia de que se le estaba poniendo cara de Solbes, en recuerdo del también todopoderoso vicepresidente económico de Zapatero, recalcitrante negador, como la Calviño actual, de la crisis que en 2008 atenazaba a España.

Ahora, como entonces, cuantos indicativos económicos se van conociendo, todos apuntan al encendido de señales de alarma por su negativa escalada frente a las que el visceral optimismo gubernamental se antoja música celestial. Las premoniciones de los más sesudos organismos internacionales y patrios sobre lo raquítico del crecimiento para 2022 que convierten en papel mojado los Presupuestos Generales, el continuado incremento de la deuda pública, los principales sectores productivos patrios en pie de guerra por el encarecimiento de la energía y el consiguiente de las materias primas, con los precios del consumo disparados o la sangría de unos prolongados ERES, contradicen, en fin, el negacionismo gubernamental.

Que a ese cúmulo de males se sume la reciente noticia de que el nuevo Gobierno alemán, a través del titular de Economía, el halcón liberal Christian Lindner, anuncie el fin de fiesta del derroche comunitario aconseja, en efecto, una huida a tiempo de la nave de la economía española antes de su inexorable naufragio. Porque no está escrito que, como hacía algún faraón con familia y criados, sus ministros tengan que inmolarse a la par que Pedro Sánchez.