Esta ausencia de lluvia

Firmas
José Miguel Giráldez

JUNTO a las temperaturas tropicales, está la ausencia de lluvia. Algunos, en su afán de insistir en la normalidad, más allá de evidencias científicas, aseguran que no pasa nada: que sólo pasa el verano. Como vivimos en lo inmediato, dicen otros, sucede que sólo recordamos con precisión las últimas semanas, y quizás por eso nos parecen las más tórridas de nuestras vidas. Pero lo cierto es que, precisamente, las temperaturas de estas últimas semanas están entre las más elevadas desde que existen registros, y algunas han supuesto un récord en algunos lugares, como en Castilla y León. En medio de esta ola de calor, el fuego ha devorado hasta agosto en esa comunidad tantas hectáreas como en los cinco años anteriores, leo en los papeles.

Es verdad que el record absoluto se batió en Córdoba el verano pasado, un 14 de agosto, en las localidades de La Rambla y Montoro, según la Aemet. Pero no olviden que este mes de agosto está comenzando todavía, y en algunos lugares el calor sigue alcanzando cifras elevadísimas (sí, incluso para el verano). No sólo se trata de la temperatura, sino de una sequía que en algunos lugares se prolonga ya durante semanas, lo que ha derivado en la pérdida de cosechas, o en la reducción de la producción a menos de la mitad (pasan varios reportajes por las televisiones: agricultores a pie de campo muestran el daño de la falta de agua. Racimos minúsculos, aceitunas e medio hacer).

Creo que hemos de encuadrar lo que sucede en un grave problema global. La combinación de temperaturas excesivas y muy poca pluviosidad sólo puede entenderse como una bomba de relojería de consecuencias, desgraciadamente, muy previsibles. Los expertos citan el aumento progresivo de la desertización. No vamos a descubrir ahora los fenómenos que afectan a los mares, el calentamiento de las aguas (en algunos lugares, alarmante) y sus consecuencias en el equilibrio de los ecosistemas, o la desaparición de las masas de hielo, lo que viene provocando una crecida constante de los océanos y una erosión galopante, además de contribuir a la modificación de los patrones climáticos. La pérdida del hielo antiguo, dice Word Wild Life (WWL), es enorme, y en sólo quince o veinte años el hielo podría desaparecer por completo en los veranos árticos. Pero el impacto será, por supuesto, global.

Las últimas semanas, protagonizadas por el calor sofocante, los incendios y la sequía (no sólo en España, desde luego), deberían servir para convencernos de una vez por todas del enorme reto ambiental. Que coincide, desgraciadamente, con una grave crisis energética. Estamos en un momento crucial para el planeta. Y para la especie humana, porque el planeta, de una u otra forma, seguirá. No nos necesita para nada (más bien, al contrario).

Nadie puede negar que estamos insistiendo en varias formas de autodestrucción, se esté muy de acuerdo o nada con precursores de la ecología social y sostenible, como Murray Bookchin (recuperado ahora por la editorial Capitan Swing), o el autor de la llamada Ética de la tierra, Aldo Leopold. Mario Picazo dijo hace unos días que tal vez llegaremos a los 50 grados antes de que termine esta década. Las sequías prolongadas se combinan cada vez más con fenómenos adversos, como lluvias catastróficas y violentas, e inundaciones. Espero que nuestra máxima preocupación no sea la escasez de hielo para los combinados (que, por lo visto, también es cierta).