La campaña del plasma

Firmas
Carlos Luis Rodríguez

POLÍTICOS y futbolistas necesitan sentir el calor del público. Ambos tienen momentos en su quehacer profesional que requieren discreción, como los entrenamientos o las reuniones internas de los partidos, pero toda esa actividad a puerta cerrada es una preparación para el gran día en que unos saltan al campo y otros al mitin. Incluso la salida del líder es muy parecida a la aparición de la estrella del equipo. Individuos que han salido de sus casas siendo sujetos particulares experimentan una transformación camino del estadio o el recinto y, una vez dentro ya son una persona colectiva que ruge al unísono en favor de los ídolos que juegan con la pelota o el poder.

Quizá no sea casual que la aparición del fútbol como espectáculo coincida más o menos con la de los parlamentos y elecciones. La política de masas y el deporte de masas. La política deja de ser un conciliábulo de notables y el deporte abandona su condición de entretenimiento solitario de nobles aburridos. El líder ha de sumergirse en la gente, el elitismo es su peor pecado y en las encuestas lo peor que le puede pasar a un candidato no es que se le rechace, sino que no se le conozca. Decir de alguno que es un desconocido supone firmar su sentencia de muerte política.

Los nostálgicos suelen afirmar que la principal función de una campaña como la que acabamos de iniciar en Galicia es dar a conocer los programas de Gobierno. A estas alturas nadie creerá que existan probos ciudadanos que los lean y comparen meticulosamente antes de elegir la papeleta. Eso suponiendo que las carpetas que enarbolan los candidatos tengan algo dentro. No. Las campañas son una fiesta democrática cuyo principal atractivo es ver actuar en directo a políticos que se han mostrado mil veces en papeles, radios o pantallas. El político deja su pedestal y se encuentra con la gente sin intermediarios. Al igual que las estrellas de la canción, no demuestran su auténtica valía en las grabaciones sino en los directos, frente a su público.

Pues todo eso no se va a dar. El plasma que tanto se le criticó a Mariano Rajoy será ahora el hábitat natural de los candidatos. Como en tantas otras cosas, desde los presupuestos hasta la reforma laboral, el marianismo sigue vivo como sucedía con el recuerdo del rey Duncan de Shakespeare, víctima de un Macbeth ansioso de poder que recurre a una moción de censura menos civilizada que las nuestras.

Mientras que en una campaña al uso se trata de que los candidatos den la cara antes sus electores, ahora la cuestión es ocultarla para adentrarse en un terreno desconocido llamado telepolítica. Las incógnitas que plantea esta anomalía no son muy diferentes a las del retorno del fútbol. ¿Juegan igual los futbolistas en un estadio vacío, y se siente igual un político hablando para seguidores imaginarios? ¿Está igual de motivado un aficionado o elector que no percibe ambiente a su alrededor?

Esos aficionados de pega que se ven ahora en los partidos televisados con sonido de fondo simulado, podrían ser imitados en los actos electorales para mitigar la soledad del candidato. Quizá esto sea un prolegómeno de las campañas del futuro, virtuales y sin calor humano. Ojalá que no.