La España hueca

Firmas
Xosé Ramón R. Iglesias

“EN LA década de los 60 se produjo, de largo, la mayor transformación de la historia de España”. Quien así habla es el paleontólogo Juan Luis Arsuaga y se refiere a la despoblación. El escritor Sergio del Molino dibujó el dramático rostro de esa geografía humana y económica que deja el éxodo imparable del campo a la ciudad en La España vacía. El éxito del anuncio Vuelve a casa por Navidad, de turrones El Almendro, no se explica sin él. Y, actualmente, la situación del rural es tan terrible que ya no quedan ni lobos, cuya caza acaba de prohibir el Gobierno para evitar su extinción.

El hombre es un lobo para el hombre, como teorizó el creador de la filosofía política moderna, Thomas Hobbes, y en España, durante las últimas siete décadas, los tecnócratas lo fueron para la vida en el campo, a la que masacraron con su olvido. Pero el postrero aliento que en ella queda se rebela siguiendo la estela de los nacionalismos periféricos de los que nunca participó. A estos, la España nacida de la Transición les negó un Estado federal, pero les concedió un sistema electoral muy favorable que les permitió, en coyunturas sin mayoría absoluta, tener en sus manos la llave de la gobernabilidad.

Estos territorios que hoy son páramos demográficos nunca reclamaron una autonomía, aunque la obtuvieron igualmente en el café para todos de Adolfo Suárez y Calvo Sotelo para diluir las aspiraciones nacionalistas. A la vista está que no lo lograron, cosa que se podía sospechar, pero lo que resultaba más difícil de intuir era que ese sinfín de comunidades abriría, con el paso del tiempo, una vía navegable para que la España vaciada remontase río arriba hasta llevar sus reivindicaciones al Congreso a través de las aguas mansas de la circunscripción provincial no limitada por la exigencia de un mínimo porcentaje de votos regional o nacional.

Casos como el de Teruel Existe –19.761 sufragios, un diputado– amenazan con repetirse a lo largo de toda la geografía española que se siente abandonada. A la pionera Teruel Existe (parte del reino de Aragón, cuya unión con Castilla fue la base de la corona hispánica), pronto se le sumarán plataformas como Soria Ya o La Otra Guadalajara en su aventura electoral. Representan a una España humilde que se permite revisar el racionalismo de Descartes: voto, luego existo; si existo, pienso; si pienso, y no soy tonto, negaré mi apoyo a quien me desprecie y me votaré a mí mismo.

No son separatistas, sólo expresan un grito de rebelión desesperado contra la condena a muerte que les imponen los grandes partidos que durante estas décadas recaudaron su voto sin ver por ellos. No romperán España, pero podrían complicar su gobernabilidad hasta el extremo, dificultando cada vez más las mayorías y convirtiendo cada votación parlamentaria en un complejo rompecabezas de cifras y letras. A los peligros que entraña el independentismo, se le añadirá el triunfo de un modelo en el que cada uno tira de España para su casa, despoblándola de un sentido general, en consonancia con los cerebros huecos de los que perpetuaron las injusticias territoriales.

España, tal como está, no comerá el turrón. En El Almendro ya casi nadie se ve reflejado y El Lobo desaparece ante la explosión demográfica del licántropo.