La tarea del héroe

José Miguel Giráldez

LA muerte de Maradona, aún envuelta en las telas confusas de la noche final, ha detenido en los últimos días la liturgia feroz de los números del coronavirus. Sin pretenderlo, con su inevitable halo trágico, que corresponde finalmente a la idea clásica del héroe que arrastra su pesada condición entre los hombres, el futbolista argentino se impuso a la realidad inestable de este tiempo, al escenario incómodo que nos recuerda nuestra calidad de vulnerables, humanos en medio de un caudal desbocado de cifras y promesas.

Pero este acto final, la muerte de un hombre, llegó como el impacto mediático que anuncia la muerte de un dios, como un trueno o un terremoto, rompiendo el tejido cotidiano del dolor, sustituyéndolo por una noticia fulgurante, provocando una detonación, un estallido, como tanto se estila en este tiempo. La gran quietud de la pandemia, el agua estancada de la frustración, apareció agitada por una muerte quizás largamente anunciada, pero poseedora de una energía épica brutal, esa épica que hoy se alimenta en todas las pantallas.

La muerte del ser herido, ya fuera por los otros o por sí mismo, cumple exactamente con la idea del dios-hombre, que muere finalmente y asciende a un Olimpo, a un cielo liberador, su verdadero lugar para los creyentes, lejos de las pulsiones del mundo terrenal. Esa muerte es liberadora para nosotros, espectadores de la grandeza pasada, porque nos libra de aceptar el lado humano del dios-héroe, pero al tiempo nos priva de una referencia mortal, que justifica y explica nuestras propias debilidades.

Nosotros somos culpables de la construcción de una entidad divinizada como Maradona, a la manera del sentimiento trágico de la divinidad en Nietzsche: la representación del héroe/dios, que hoy se organiza en los altares mediáticos, conlleva una ensoñación humana que va de la belleza inalcanzable a la palpable carnalidad, es la trágica embriaguez del dios que deviene en una liberadora ensoñación terapéutica.

En Schopenhauer encontramos el valor ético de la tragedia. La contemplación del lado terrible de la vida, la caída del dios que sólo resurge mediante el ascenso definitivo que implica la muerte, alertaría al ser humano de la futilidad de la vida, de los males de la vanidad. Esa gran dicotomía entre el héroe ético y el héroe estético vertebra también el acercamiento filosófico a la desaparición del ya mitificado Maradona. La magia desplegada en el campo, el milagro de aquel gol, le confieren una santidad duradera que no podría romper su descenso a la condición humana, porque ese descenso, que le acaba privando de libertad real, se interpreta como un acto liberador para los que lo contemplan, como el acto final del martirio trágico.

La pérdida del espectáculo estético, también a la manera de Nietzsche, y su sustitución por lo dionisiaco, ejemplifica la gran lucha en la construcción de nuestra mitología colectiva. Maradona se convierte en un héroe trágico, santificado por su dolor humano, pero al que una parte de la sociedad actual demanda ejemplaridad y belleza, olvidando que el coro mediático no ha dejado de cantar durante décadas su sufrimiento y su caída, como diría Freud, dibujando a menudo un relato “refinadamente hipócrita”.