Las nubes de Venus

Firmas
José Miguel Giráldez

DESCONOZCO si es el miedo al futuro que nos espera en este planeta, cada vez más herido de muerte, o el maravilloso vendaval de los avances científicos lo que está haciendo que cada vez haya más noticias sobre la búsqueda de vida en otros mundos. Pero ya ven: raro es el día en el que los informativos, junto a todas nuestras cuitas domésticas y nuestros problemas cotidianos, no añaden, así como de pasada, una noticia sobre algún hito relacionado con la investigación espacial: sobre las posibilidades de que alguno de esos exoplanetas que tanto queremos y vigilamos albergue vida, o sobre que esta surja, como ayer, en el más asombroso de los lugares.

Ya saben que en Venus se ha medido una presencia notable de fosfina a la altura de las nubes, un paraíso si se compara con su superficie, pero un mundo infernal, en cualquier caso. Vale que Venus, a pesar de su hermoso brillo, no es precisamente el planeta al que nos iremos a vivir cuando nada importe, pero si esa fosfina está producida por microorganismos podríamos estar ante algo que una vez más nos dejaría pequeños, con nuestro ruido y nuestra furia.

Es obvio que la mirada telescópica nos da otra dimensión de la existencia, nos dibuja otro futuro posible, pero no piensen que no tiene que ver con lo que nos pasa aquí abajo. En realidad, todo tiene que ver con cada uno de los días. Y con cada una de nuestras vidas anónimas. No parece el siglo XXI un tiempo particularmente clarividente, al menos no hasta el momento. Confusión, descrédito del conocimiento y de la cultura por parte de ciertos liderazgos, neoautoritarismo global, superficialidad y manejo pueril de la realidad, son sólo algunos síntomas de eso que Barenboim le decía muy bien el domingo, en El País, al gran Mantilla: “este es un tiempo sin espíritu”. Pero albergo la esperanza de que este sea el siglo de la ciencia, el resurgir de nuevo de los grandes descubrimientos y de los grandes inventos. Un Renacimiento que más tarde generará una nueva filosofía compleja, una lectura honda del mundo y de la sociedad, donde el arte, la libertad y la ciencia se combinen en maravillosa armonía: ese es mi sueño (sonrían, por favor).

Y creo, sin duda, que la investigación espacial, la posibilidad de hallar nuevos planetas donde prolongar la vida que aquí mantenemos, cada vez con más dificultad, se encuentra ahora mismo en un momento dorado. He leído que tal vez esa fosfina de Venus no indique nada. Se ha encontrado ya en otros grandes planetas y está por ver si tiene un origen biológico. Puede ser un error, pero la ciencia trabaja así. La rara fosfina podría revelarnos lo que buscamos con ahínco, casi con desesperación. Y cumpliría con lo que el propio Sagan, tan televisivo (Cosmos marcó toda una época), tan inolvidable por tantas cosas, había previsto hace ya varias décadas.

Mientras seguimos observando el espacio en busca del hallazgo definitivo, la vida seguirá aquí abajo, con todo su miedo, con toda su contemporánea confusión. El cielo rojo de los incendios, en las cuatro esquinas del planeta, nos anuncia tiempos muy difíciles. A las crisis sociales y económicas se une esta gran crisis del pensamiento, que nos atenaza y nos destruye. Pero ayer se hablaba de Venus más que de política y de fútbol. Oh, cielos.