Lo sublime

Firmas
José Miguel Giráldez

POR EJEMPLO, hubo un momento en el que lo doméstico era femenino y lo salvaje (el bosque, el campo, los desiertos) era masculino. La casa se entendía como el castillo infranqueable, para evitar que alguien entrara, o, quizás, para evitar que la mujer saliera. Esto ha sido una constante, salvo alguna excepción. Una sociedad como la nuestra ha tenido mujeres en los campos, de sol a sol, pero trabajando, sin lugar para las hazañas, sin homenajes. El poder tribal femenino en algunos lugares, quizás en muchas sociedades antiguas, puede tener algo de mítico, pero solía ser reconocido en los pueblos del interior, en la distancia matriarcal, no tanto en las ciudades. Cuando hubo ciudades: pronto se hicieron, también, masculinas.

Pienso en cómo lo sublime, que decían los Románticos, pretendió enmendar la plana a la Revolución Científica, pues la razón también se consideraba cosa de hombres, y para ello creó una visión asombrosa de la naturaleza, también masculina, con aquellas excursiones a las montañas. Mary Wollstonecraft se apuntó a la idea de que no había lugar a establecer diferencias absurdas. Le pareció que lo sublime era para todos, pero la realidad, incluso mucho tiempo después, fue muy distinta. La naturaleza se mantuvo como territorio de hombres, y por tanto la libertad sin explicaciones, y esa política se perpetuó en las tierras colonizadas, en las políticas extractivas, y en tantas cosas del mundo.

En algunas tribus americanas encontraron la correlación perfecta entre lo femenino y la ecología. Los estudiosos vieron que había en el animismo, por ejemplo, una creencia en el medioambiente sostenible, aunque sólo fuera por mantener la tradición de proteger la tierra, en lugar de agredirla. Las creencias en las fuerzas naturales ayudaron a proteger el bosque y las praderas, como el panteísmo, pero pronto hubo un choque formidable entre lo cultural y lo salvaje, y entre lo económico y lo salvaje. Ahora es difícil recorrer el camino inverso, ya con la razón incorporada a la causa ecologista.

Pero siempre queda la literatura. En los últimos años, las mujeres han empezado a escribir sobre terreno, como decía Seamus Heaney. Existe una conjunción mágica entre los cuerpos y los lugares, donde las culturas locales tratan de luchar contra la homogenización, otra epidemia. Baudrillac dijo que vivimos un mundo de simulaciones. No tenemos exactamente lo que queremos, sino copias sin mucho valor que se le parecen. La globalización consiste en que todos puedan tener su copia, pero, por el camino, se pierde la verdad y el perfume.

Estas poetas han recuperado aquellas palabras de la tribu, las que el ruido no deja oír. Pienso en Olga Novo, en Lupe Gómez. Por citar a dos de ellas. No es que las palabras hubieran desaparecido, es que nos habíamos olvidado de que estaban ahí, en las fuentes umbrías. En el vientre de las casas vacías.

En días como hoy, sí, me alegro de ese instante en el que se rompieron los goznes de las puertas. Me alegro de que no sólo quedara para las mujeres la falsa protección de los castillos, sino que inundaran eso que se llama ahora la esfera pública, en aseada y administrativa expresión. Justo cuando todo parece en peligro, cuando algunos creen que la naturaleza se ha acabado. Justo ahora, que hay que ponerse con las palabras y con las manos a desenterrar el paraíso perdido, “donde el río arde para reinventar la Memoria”.