Lorca ante Camarón

Firmas
José Miguel Giráldez

A VECES tienes la sensación de que en la nueva temporada de ‘El ministerio del tiempo’ (TVE) se mezclan demasiadas líneas argumentales que no pueden alcanzar, aunque lo intenten, el mismo grado de intensidad. Pero, a cambio, contamos con episodios más elaborados, con más giros de guión y, yo diría, con mucho más dinamismo. Siempre he pensado (también cuando dudamos de que la serie tuviera continuidad) que la idea central de ‘El ministerio del tiempo’ es extraordinaria, sus actores muy notables, y el equilibrio entre el humor y el lado didáctico de la Historia, algo que merece la pena tener en cuenta. La creación de Javier Olivares tiene personalidad propia, no sigue modas concretas, ni cabalga sobre la ola mediática del momento. Puede ser una rareza, pero debe ser apreciada en todo lo que vale.

El episodio dedicado a Felipe II y la reina María de Inglaterra, que se emitió el martes, nos devolvía a uno de los espacios clásicos de la Historia, el lugar en el que mejor se desenvuelve ‘El ministerio del tiempo’. La creación de estos ambientes de época suele ser excelente, y aquí brilla la construcción de la cercanía, la extrañeza de un jovencísimo Felipe II que vive desconcertado en una Inglaterra en la que no deja de llover. Muchos lugares comunes, es cierto, como las referencias a la comida de poca calidad o a la cerveza caliente, pero una atmósfera bien creada. Particularmente sorprende ese momento de excursión al campo, la noche que el monarca decide pasar al raso, hablando con Pacino y los otros de sus amores posibles e imposibles, con un tono casi adolescente. Y la presencia del Duque de Alba, al que los viajeros del tiempo esperaban conocer, como si fuera una estrella de fútbol.

El dibujo de la corte inglesa está lleno de lados amargos y oscuros. No hay duda de que la experiencia de los guionistas de esta serie en el siglo XVI es mucha. Pero hace sólo una semana habíamos asistido a una reconstrucción de la Movida y de los inicios de Pedro Almodóvar y Antonio Banderas. Las posibilidades son infinitas, pero no todos los escenarios resultan igual de productivos. Alonso, Pacino e Irene representan a la perfección ese sueño de volar, de viajar en el tiempo con tan sólo cruzar una puerta mágica. ¿No lo hemos soñado muchas veces?

Sin embargo, los guionistas nos dejan claro de vez en cuando que el pasado es inamovible, y si algún engranaje de la historia falla, allí están ellos, para restaurarlo. Aquí, evitan la muerte de Isabel I, la hermanastra de la Tudor, y el progreso de la historia tal y como fue. Y, también, el intento de asesinato de Felipe II, que no es invención. Sin embargo, a veces se puede jugar con el tiempo, ofrecer una segunda oportunidad. El regreso de Amelia y la amnesia de Julián permiten recuperar aquí a Federico García Lorca. La escena final, en la que Julián, ya curado del olvido, lleva a Federico a un tablao flamenco de los ochenta, para que contemple a Camarón cantando sus poemas, la conocidísima ‘Leyenda del tiempo’, es realmente emocionante. Un Lorca al que Julián avisa de que va a ser asesinado. Tristemente, la historia no podrá ser cambiada. Lorca se asombra de que España le recuerde. Y concluye: “entonces he ganado yo, no ellos”. Por cosas así, por esta magia, esta serie merece mucho la pena.