Musk como lindo gatito

José Miguel Giráldez

SUPONGO que la humanidad (así, en general, pero no los 8.000 millones) habrá cogido la postura en Twitter, como se coge la postura en una almohada. Supongo que es difícil quitarte del pájaro y sus gorjeos, aunque seguro que hay alternativas. Pero imaginen que, de pronto, Twitter desaparece. Que el pájaro deja de volar, porque son los empleados los que han volado, entre decisiones ajenas y propias. O porque lo han volado todo.

La extinción de Twitter es una posibilidad, leo por ahí, mayormente porque su nuevo dueño ha entrado en el piso con ganas de reformas, aunque muchos no entienden a qué tipo de reformas se refiere. ¿Alicatado o vigas maestras? Habló de cobrar por asegurar a la gente que ella era misma, y no otra, la que poseía la cuenta (si se puede decir poseer), por certificar su identidad azul, pero luego decidió que no, o que quién sabe. Muchos creen que a Elon Musk le pasa como a esos niños que reciben un juguete nuevo, que no saben muy bien cómo manejarlo, y a veces se lo cargan.

No sé si la historia de Musk con Twitter es una metáfora del mundo actual. Necesitamos todo con gran rapidez y esa rapidez puede llevarnos a la autodestrucción. La gente se convenció de la importancia del mensaje corto y al pie, de la frase ocurrente o faltona, empezó a engancharse y a tuitear, a crear contenido a todo pasto, de tal forma que algunos sintieron la necesidad de reaccionar a cualquier estímulo, aunque el estímulo fuera una estupidez.

Ignoro en qué momento Elon Musk se dijo: “voy a comprármelo, tíos”. Supongo que la compra multimillonaria le otorga esa satisfacción del ciudadano ante el concesionario de Lamborghini, pongamos por caso. No sé qué le vio, la verdad. Alguien (ay, los asesores: se llevan toda la culpa) decidió que era el momentazo de hacerse con la red, pero nadie le dijo a Musk, cuando agarró a la paloma, trátala con cariño que es mi persona.

Confieso que podría estar un mes o así escribiendo de Musk porque es personaje inagotable. Los que nos agotamos con él somos nosotros. Ha estado en las últimas pomadas, incluyendo los viajes espaciales, y luego se ha animado a dar ideas sobre cómo solucionar el mundo. Cuando empiezas a creer que puedes arreglar el mundo hay que preocuparse. Por ti y por el mundo. Incluso cuando empiezas a creer que puedes arreglar Twitter en dos tardes, que decía el otro.

Quizás es cosa de la riqueza: tenerlo todo y tenerlo ya. Musk pagó una pasta gansa por la red del pájaro, aunque primero anduvo revoloteando. Como el ciudadano que duda ante el escaparate, que se muerde las uñas. Pero finalmente aflojó la chequera, porque de comprar hay que comprar algo grande, nada de medianías. Hay rascacielos, locales, incluso islas privadas, y exoplanetas que acabarán explotados, pero no faltará quién se crea que comprar Twitter es como comprar el mundo. Alguien le hizo ver que era el futuro, si se vaciaba de odio y de maniqueísmos, y de bulos, y de fotos de los platos del menú... pero ahora resulta que parece a punto de extinguirse. Es como la extinción de los dinosaurios, pero siendo apenas un pajarillo joven. ¿Es Musk ese lindo gatito que va a devorar a Piolín sin poder contenerse?

Muchos se han despedido directamente con un tuit, ya puestos, pero otros han proyectado adjetivos potentes e incluso insultos al propietario en la pared de la sede en San Francisco. Un método curioso que demuestra que la red no es imprescindible ni para eso. La verdad, parecía una instalación.