PortuGal

Firmas
Carlos Luis Rodríguez

ESE espontáneo abrazo de los vecinos de Tui y Valença acredita que la fusión paulatina entre Galicia y el norte de Portugal es un fenómeno sobre todo humano. Se han ido tejiendo redes institucionales y existe un encaje de intereses económicos que difuminan la frontera, pero el origen de todo son las personas. Ha sido primero la gente la que ha forjado la unidad, y sobre ese incesante trasiego de personas se ha construido después una realidad que no pudo romper el virus.

En Europa existen otras demarcaciones difusas entre países que, sin embargo, no pocas veces sirvieron de excusa para el estallido de conflictos. Siempre hay un problema de marcos mal puestos o desplazados que los belicosos aprovechan para guerrear o, mejor dicho, para hacer que otros guerreen.

Lo mismo pensaron quienes amurallaron ambos lados de la frontera del Miño a la espera de invasiones que nunca sucedieron. En lugar de soldados enfrentados en el campo de batalla, portugueses y gallegos decidieron un día abandonar sus fortalezas y conquistar pacíficamente el otro lado. La invasión se transformó en visita. Quienes parecían condenados a ser contendientes se conocieron, se trataron y finalmente se dieron cuenta de que eran muy parecidos.

A partir de entonces se inicia una convivencia que transforma la frontera en una calle, tal y como alguien dijo en la bonita ceremonia de la reunificación. Cada país está en un extremo de la calle y de ahí que cortarla resultara tan antinatural. Unos y otros sintieron que les faltaba algo propio. Juntos habían fundado una entidad muy real, aunque sin asiento en las Naciones Unidas, llamada PortuGal que se desmembraba por culpa de una pandemia.

De la existencia de esa nación con dos estados caben pocas dudas. Es muchos más real que aquella república que proclamó al otro lado de la península un presidente ahora prófugo, provocando crispaciones y enfrentamientos que no sirvieron para nada. PortuGal, en cambio, nace con un proceso paulatino y pacífico donde no se produce convulsión alguna.

No fueron necesarios cambios constitucionales, ni hubo rupturas con la legalidad, ni tampoco votaciones ilegales, ni disturbios. Se celebró en verdad un referéndum original ya que se prolongó durante muchas décadas, con una participación masiva y un resultado tan evidente que no necesitó ser ratificado por una junta electoral.

Resulta que en un tiempo en que lo que está de moda es separarse, aquí tenemos dos pueblos que se unen sin independizarse de nadie. Ni el norte portugués ni Galicia son ni han sido separatistas. Jamás han ido diciendo por ahí que Portugal o España les robara, o renegando de su lusismo o hispanidad. Emprenden una andadura inédita que no requiere renunciar a nada y admite sin problema que haya varias enseñas ondeando; unos y otros entienden que las banderas se han hecho para el hombre, no el hombre para las banderas.

Protagonizamos el caso único de una frontera que cae sin necesidad de tratados complejos o de largos litigios internacionales. Como bien sabrá su secretario general, el luso Antonio Guterres, la ONU no necesita venir para mediar sino para copiar el ejemplo de dos pueblos con una calle común.