Quim, Donald... ¿Pedro y Pablo?

Luis Pérez
Estatua de García Lorca baixando de Santa Susana Foto: Antonio Hernández

A la vista de lo que está sucediendo en los Estados Unidos todo parece indicar que la curva del populismo en el mundo, trufado con frecuencia de nacionalismo tanto de derechas como de izquierdas, comienza a doblegarse. O, cuando menos, se aplana, por utilizar términos en boga hoy en día como consecuencia del no menos contagioso virus covid-19. El trumpismo era –esperemos que se confirme en pretérito– una anomalía en el concierto de los países democráticos del que formamos parte. Diría que parte muy importante. Por población, riqueza e incluso calidad democrática, España está entre los primeros del mundo, y en este caso recemos para que el presente se mantenga también en futuro, porque no está asegurado. En el panorama político español aparecen cada día más signos que hacen temer una deriva populista, en nuestro caso más del tipo peronista o bolivariano, o sea, por la izquierda (Podemos), pero también por la derecha (Vox).

Las injerencias del poder ejecutivo en el judicial y, la última, el intento de crear una comisión de la verdad, una especie de tribunal de la Inquisición para controlar la información son síntomas evidentes de la tendencia gubernamental a seguir el ejemplo de Trump, Maduro, Bolsonaro en Brasil o de los dirigentes de países del Este europeo como Polonia y Hungría. Desde Bruselas se sigue con preocupación el retroceso democrático que se pretende, en parte consumado, en España.

La derrota de Trump, que no del Partido Republicano, podría volver a poner las cosas en su sitio. Pero llevará su tiempo. Como la peste del coronavirus, recuperar la normalidad del sistema democrático, en letra y espíritu, será tarea lenta. Pero en España tenemos algún precedente esperanzador como fue la caída de un político tan atrabiliario o más que el norteamericano: Quim Torra. El que llegó a president sin pasar por las urnas y se va antes de que vuelvan a hablar, generó un clima tóxico en la política catalana y por extensión a la de toda España, con la colaboración, unas veces por activa y otras por pasiva, en todo momento de Iglesias y ocasional de Sánchez.

Populistas a más no poder son los presupuestos del Estado elaborados por el Gobierno para el próximo año. Estiman unos ingresos que de antemano se sabe imposibles de alcanzar y anuncian un gasto que no será posible acometer.

Tienen menos credibilidad que las cuentas de la lechera. Lo sabe todo el mundo pero no importa porque su finalidad no es atender las necesidades del país en el peor momento económico sino lograr una mayoría parlamentaria que permita coger aire al Gobierno con la única finalidad de mantenerse en el poder. Cayó Torra, está a punto de despeñarse Trump, antes fue Salvini en Italia y Tsipras en Grecia. ¿Seguirán el mismo destino Pedro y Pablo o Abascal desde el otro lado? Si los españoles copiaran de los gallegos, sin duda.