y cerveza

Firmas
José Miguel Giráldez

MUCHOS creen que el coronavirus tiene que dejar una huella de trascendencia y novedad, un Renacimiento dijimos aquí un día, o, al menos, unos nuevos usos y costumbres. No es posible salir de esto sin más, como si tal cosa. A la movida se apuntan filósofos y opinadores en general, conviene hacer las diferencias. Todos estamos un poco en qué será, será, y nos imaginamos en qué seremos diferentes. Ayer contábamos aquí que se extiende la idea de que Occidente va hacia la decadencia, velis nolis, incluyendo las viejas potencias más o menos imperiales. No falta quien dice que eso ya había empezado antes del coronavirus, que viene a ser como el remate final, la trompeta de ciertos apocalipsis. El siglo XXI viene dando esos síntomas de adolescencia desde el primer día, pero ahora el personal cree que el virus ha dicho basta y nos ha mandado al rincón de pensar.

Tal vez sea así. Cada época quiere tener sus propias trascendencias, incluso en medio de este acné de ideologías mediáticas, en medio de la verborrea de las redes, en medio de la incertidumbre y la inconsistencia, productos estrella del momento. Muchos creen que ha llegado el tiempo de diseñar un nuevo mundo, pero lo peor de todo esto, o lo más interesante, es que entre la caída de lo viejo y la llegada de lo nuevo suele haber una transición compleja y peligrosa, un caos del que bien pudiera nacer la belleza. El ser humano quiere certidumbres, seguridades, amarres, pero la grandeza casi siempre brota de lo inesperado y lo fluido, con tal de que la corriente feroz no nos arrastre. Ya puestos, hemos pensado que el gran cambio histórico tendría que llegar ahora, la gran renovación, la sociedad moderna de verdad, el prestigio del conocimiento y la ciencia, la madurez frente al azote de la superficialidad.

Los que temen las consecuencias del virus no se refieren sólo al asunto médico, que no es moco de pavo, ni a la catástrofe económica que otra vez se dibuja (las cifras, ayer, asustaban), sino al miedo de que esos cambios sociales no supongan un avance y un triunfo, sino todo lo contrario, un viaje hacia sociedades rigurosamente vigiladas. La moneda puede caer de cualquier lado, escucho, todo es posible en medio de la niebla y de la duda. En la desescalada se mezclan los que auguran un Nuevo Tiempo y los que desean desesperadamente una cerveza. No minusvaloraría a estos últimos. Creo que el pragmatismo suele ser simplificador, aprovechado por los domadores de nuestra existencia, que nos miran con sospecha si pensamos demasiado, pero tampoco creo en esos giros fulgurantes de la historia, en la pomposa creación de un Nuevo Orden. Comprendo que nos gustaría dejar esa huella fecunda, la de una sociedad reinventada, generosa, cooperativa, compasiva, defensora de la naturaleza como única forma posible de sobrevivir aquí. Muchos de los fundamentos del futuro quizás estén ya en nuestra cabeza, o en la de líderes que no se parecen a los actuales, pero en realidad no sabemos nada.

Por eso me enternece el ser humano que pelea por salir a correr, que sueña con la cerveza que le devuelva al mundo que un día conoció. Al Renacimiento se llega tal vez por ese camino. Por el de reconocernos tal como éramos en el final de una tarde de verano, frente al mar azul ajeno al dolor.