Scholz en Madrid

José Miguel Giráldez

NO hay mayor placer que recibir a los líderes de la Europa fuerte en tu casa, a pie de escalera, aunque tenga que ser con la sonrisa enmascarada. Venía Sánchez de un fin de semana de política autonómica, aún con el ruido formidable del asunto de las macrogranjas y la polvareda rural de la entrevista de Garzón con The Guardian, que aún colea, porque nunca hemos leído tanta prensa inglesa, aunque sea en traducción.

La política autonómica, vista desde los parterres de Moncloa, es diversa, es un poco montaña rusa. Y a veces tiene mucho de picar piedra. Las elecciones en Castilla y León se han convertido en un escenario complejo, con más fragmentación que nunca y la polémica inagotable de lo que llaman con retranca mesetaria “los pecados de la carne”.

Pero Casado y Mañueco, el finde en León, también Ayuso estaba allí y se tomó unas cañas en el Barrio Romántico, concluyeron que van a ganar el envite, que para eso convocan. Igea lleva días on fire, desdiciéndose de todos los pactos pasados por activa y por pasiva y repartiendo estopa. Y luego está el enigma de los partidos de la España Vaciada, que también existen, aunque se queden sin cuota mediática, y el ascenso cantado de la Unión del Pueblo Leonés, que podría alcanzar tres procuradores o quién sabe. Desde Andalucía contemplan la movida, mayormente por lo que Vox, también al alza, pueda significar en el encaje final. Lo cierto es que nunca Castilla y León estuvo tanto en el candelabro, que decía el otro, o la otra. En la época de Herrera apenas salía en los medios, o será que no lo recuerdo.

Claro que recibir a Scholz es otra cosa, lejos de todo el estruendo, sobre el blanco sofá, aunque Europa también tiene lo suyo. Scholz es de la familia, de la familia socialdemócrata, pero el canciller trae un pasado de gran coalición, de cohabitación con Merkel, a la que también se recibía con sumo gusto. Scholz es él y todo el gigantismo alemán, a pesar de la crisis y la poca vacuna, que ahí, en lo de la vacuna, Sánchez va ganando. No parece amarrategui como doña Angela, que moderaba todo, incluyendo el parné comunitario como si fuera la paga de los nietos. Scholz no va a dejar de lado la calculadora, pero los países del sur tal vez lo tengan un poco más fácil. Sánchez sueña con salir sin daños del asunto áspero de las reglas fiscales.

Pero a pesar de los dineros, de la deuda y de la lluvia cálida de los fondos, ahora también convertidos en motivo de gran discusión política, en la visita de Scholz se ensalzó un optimismo de familia, más allá de las diferencias. Se hizo ver la alegría del regreso de lo que ya se llama el eje socialdemócrata, en el que Sánchez está encantado de participar. La verdad es que no hay eje sin Macron, también te digo, pero en tiempos de populismos y fervores trumpianos Bruselas quiere atar la estabilidad, y no sólo económica. Hay bastantes turbulencias, incluso entre los ricos, por no hablar de lo de Ucrania.

Mientras Boris Johnson, en el magnífico aislamiento, mantiene a la parroquia entretenida, y se diría que lo hace con gusto (la foto nocturna paseando al perro incrementa un álbum presidencial inenarrable), quizás Europa puede dedicarse más a la política seria y a corregir errores, desacuerdos, egolatrías nacionales, lo que ayudaría a mitigar de una vez el exceso de aventurerismo político de corte demagógico. Scholz puede ser nuestro hombre.