Tan soberbios como ignorantes

Luis Pérez
Sánchez y Montero todavía mantienen que la del “solo sí es sí” es una buena ley que protege a las mujeres. Foto: autorfo

SE DICE que la excepción confirma la regla. No siempre es así. Hay normas que no admiten discrepancia, pero aceptemos que en el currículo de nuestros políticos habrá alguno que, sin haberse formado en cuestiones fundamentales como es poseer un mínimo de experiencia en el mundo laboral, tenga la responsabilidad de influir sobre la vida de las personas. Porque en política también conviene ser cocinero antes que fraile.

Para desempeñar una función profesional es necesario cumplir unos requisitos, el primero de ellos la idoneidad al puesto. Esto se exige en cualquier actividad, excepto para la de gobernante. La selección final corre a cargo de los electores pero, al igual que se exige un mínimo de edad o no estar inhabilitado judicialmente, debiera establecerse que nadie acceda a un cargo público sin una mínima antigüedad en el mercado laboral. Y no solo como mérito para acceder al puesto sino también para disponer de un destino al que volver. Solo así gozaría de libertad para actuar en conciencia durante el desempeño del cometido público.

En la política española de los últimos años sucede lo contrario. De los méritos para gobernar, incluso al máximo nivel, se valora en exceso el garbo en llevar la pancarta y la gracieta del chío, que en parte es producto o coincide con la edad del/la protagonista. Es fácil poner ejemplos, hoy más que nunca. Los promotores de la denominada ley del solo sí es sí responden a este perfil político, y de ahí las terribles consecuencias para las víctimas de violencia de género cuando cada día ven como sus agresores anticipan la salida a la calle o reducen sus penas.

Claro que no solo Irene Montero es responsable del desastre. Lo es todo el Consejo de Ministros y Ministras que alumbraron la ley y de todos los diputados y senadores que con su voto dieron el sí. Y no vale apelar a las buenas intenciones, que de ellas está el infierno lleno. Sus señorías disponían, por si no son capaces de enterarse personalmente, de varios informes de instituciones que saben del tema, a las que no atendieron o, todavía peor, ni siquiera leyeron por extensas y farragosas. Pero para eso cobran, y si es poco súbanse el sueldo, que poder tienen para ello.

El daño causado es irreparable, pero algo pudiera aliviarse en el futuro. Urge revisar y corregir lo equivocado. Lo pide todo el mundo, menos el Gobierno. Algunos entonando implícitamente un mea culpa, rectificación que en parte les redime. Pero sorprende la negativa de algunos ministros. Anteponen el interés (siempre electoral) de Sánchez y Díaz al dolor de la víctimas. Insistiendo en la bondad de la norma y tratan de trasladar el marrón a los “jueces machistas” y “fachas con toga”, en definición del sector más podemita.

Visto lo visto, quienes más necesitaría formarse en igualdad son precisamente los que presumen de lo que no hacen. Y es que la prepotencia, la arrogancia y la soberbia van ligadas a la ignorancia.