Todo este lío formidable

José Miguel Giráldez

PARECE que vuelve la pasión por el enfrentamiento y la polarización, no sólo en los asuntos de la guerra, donde no parece que haya otro remedio, sino en la vida corriente, en los parlamentos y en las campañas electorales, que no conocen tregua. Ese prestigio que ha ido adquiriendo la mala hostia, o sea.

Sánchez busca su perfil más internacional, algo que el cargo le permite, desde luego, con más facilidad que a otros, pero es que lo internacional está sembrado de minas y quizás también de oportunidades. En casa, a pesar de los nuevos sondeos de Tezanos y tal, Sánchez ve la dificultad de los coletazos de la legislatura, que vienen amenizados por Putin en la lejanía y por la cesta de la compra en la cercanía. Nadie dijo que fuera fácil, etcétera.

A última hora ha saltado eso que llaman el desencuentro de Vox, inesperado quizás, donde al parecer dan puerta a Olona, que desde hace meses venía como una ola. Le han dicho que es “el final del camino”, haciendo el juego con el Camino de Santiago, supongo, que recorrió como itinerario sanador o terapia de mindfulness. Los corrillos informativos, tertulias y por ahí, aseguran que Macarena no quiere fundar partido alternativo, porque traería mucha fragmentación (a la propia fragmentación, habría que añadir). Vaya usted a saber. Ya decía Rajoy en aquel tiempo que es muy difícil todo esto.

En España, al calor electoral, que ya se siente, se ha desatado una guerra fiscal entre gobierno y algunas autonomías, y viceversa. Seguramente es una batalla entre muchas posibles, porque la crisis galopante ha abierto las posibilidades de triunfo, y tanto arúspices como asesores huelen sangre, por decirlo crudamente.

Lo malo es que estamos en la gran provisionalidad estratégica, en el lío del mundo mundial, con Putin dispuesto a ir hasta el infinito y más allá, quizás porque ya no le queda otro remedio. Cuando la flecha entra en el arco, ya saben. Lo peor de una guerra no es comenzarla, sin detenerla. Como un camión que va cuesta abajo y sin frenos en un pavimento helado. Todo este lío formidable, impropio de un siglo civilizado (si es que este siglo lo es, que empiezo a dudarlo seriamente, pues la imbecilidad se acumula por doquier) envuelve la vida política local en una niebla densa, cualquier cosa parece pequeña ante la gran amenaza nuclear, ante el anuncio del gran caos, la destrucción de algunas convicciones y el empeño en joder la democracia.

Es decir, que aquí se están jugando muchas cosas en poco tiempo, a gran velocidad, y se diría que la libertad nunca ha sido puesta al tablero de esta manera, como decía Jorge Manrique de la muerte, lo cual sorprende después de tanta cultura y educación. Decía Karra Elejalde, al que adoro, que nos estamos volviendo tontísimos. Me parece una afirmación demasiado suave. La solución que algunos propugnan es el gesto desabrido, el odio a los otros, la separación y la exclusión, y eso no es medio normal. En una televisión dijo alguien que Rusia, de no triunfar en la empresa, rompería con el resto del mundo, o poco menos.

No parece posible, porque los muros están obsoletos y la tecnología se los salta. Pero hay muros mentales, que son peores, y, sobre todo, los que edifica el miedo, gran constructor. En Italia han nombrado reina de la derecha a Meloni, con Berlusconi de telonero. Abrir el melón de Meloni en estas elecciones, con una guerra en Europa: eso es lo que Italia parece que va a hacer. Este es el tiempo de la gran confusión.