Una cifra: dieciséis euros

José Miguel Giráldez

LA PANDEMIA sigue siendo omnipresente, el único tema, o casi, justo el día en el que Salvador Illa se va de candidato a Cataluña. Nadie sabe si lo tendrá más fácil en el lugar al que va que en el lugar que deja. No siendo especialista sanitario, sino filósofo (y yo recabo cada día más filosofía para mejorar el mundo), Illa casi no tuvo tiempo de hacer otra cosa que hablar del COVID a todas horas, pues el virus no ha dejado espacio para nada. Tampoco a los ciudadanos, claro. Llevamos meses en los que el virus contagia todas las esquinas de la realidad, con ese afán de protagonismo que nadie desea.

¿Se atreve alguien a dejar de hablar tanto de la pandemia? ¡Es la información!, estúpido, nos dirán de inmediato. Pero atendamos también a lo saludable para la mente, que parece pasar desapercibido. No: nadie quiere bajar el pistón informativo del COVID, salvo los belgas, que han dicho que, a partir de ahora, sus informativos no podrán superar el cincuenta por ciento de información sobre la crisis sanitaria. Que ya está bien, diría yo. Temen que, si la cosa se agrava, como parece, no será fácil cumplir con ese deseo.

No es un capricho, sino el deseo de la gente, según las encuestas. Hay un gran agotamiento, no sólo físico, con la movida del virus, sino también un cansancio informativo, que deriva de inmediato en ansiedad y miedo, como sucede con toda saturación. La sobredosis de datos, con esto del COVID, es absoluta. También los equívocos, o las noticias de difícil confirmación (de los bulos ya ni hablamos). Surgen tantas afirmaciones de todo pelaje sobre el estado actual de la pandemia, en sólo una hora, que es imposible no volverse loco. Muchos ciudadanos empiezan a preferir saber menos, o sólo saber cuando de verdad haya algo sustancioso que decir, y, a poder ser, algo positivo.

Porque los apocalípticos parecen haber encontrado el momento perfecto para brillar. Nunca falta alguien que anuncia que todo puede empeorar, que las pandemias del futuro podrían ser ingobernables... Será verdad, sí, pero... Se parece un poco a esa gente que se acerca y te susurra: “mira, que no te preocupe lo que voy a decir, pero es que yo soy, ante todo, muy sincero”.

Juan Fueyo, el científico español que ha escrito Viral (Ediciones B), le decía ayer a El País que nuestra civilización puede sufrir un apocalipsis por culpa de un virus (no este, sino seguramente otro). Tengo una máxima: de hacer caso a apocalípticos, que sean siempre científicos. Fueyo, a pesar de explicar esos temores, pronunció lo que parece la frase de la semana, o del mes, o del año: “conseguiremos que este virus sea historia antes del verano”.

Mientras estamos ya ahogados por los números, hay otras cifras que se escuchan menos. También parecen invisibles las colas del hambre, en las calles cada vez más vacías. Una de esas cifras que no deberíamos olvidar ni un solo segundo la pronunció ayer Laura Contreras, de Oxfam: “16 euros”. Es la cantidad que indica pobreza severa. 16 euros al día (algunos, me temo que no llegarán). 5,1 millones de ciudadanos en este país. Muchos de ellos niños, jóvenes y mujeres. Estamos muy saturados de cifras, sí, pero algunas deberían marcarse a fuego en nuestro cerebro. Y en nuestro corazón.