¡Van a por ellas!

Luis Pérez
Calviño y Díaz, en el Congreso de los Diputados.

El terremoto de muy alta graduación que sacude estos días al Gobierno de la nación no se debe solo a lo que parece; el desencuentro entre Calviño y Díaz, las vicepresidentas medio gallegas -galaicas de nación, ajenas en su función-, sobre el alcance de los cambios en materia de legislación laboral, tantas veces anunciados como inmediatamente aplazados.

Para la herculina, viceprimera, se trata de reformar la reforma de Rajoy, alineada con el sentidiño y el pensamiento europeo dominante de que cuando algo funciona déjalo estar; mientras que la ferrolana, vicesegunda, se agarra al pacto de investidura en el que se acordaba, con meridiana claridad, su derogación. Ambas se disputan, además, la competencia, la primera como responsable de la economía del país y la segunda del ámbito del trabajo, que en el fondo son lo mismo. Y para liarla más, Sánchez respalda por la semana las posiciones moderadas mientras que en los mítines del finde, ante la muchachada socialista, se viste de radical cuando las oficinas de Bruselas están cerradas.

Pero esta sería la parte menor del conflicto intergubernamental de competencias de seguir Iglesias al mando. El líder morado hubiera mandado a callar a los suyos con la copla de que son minoría en el Consejo de Ministros. También ayudaría si en la parte contratante de la primera parte, la más grande, no se hubiera depurado a los ministros de mayor peso y sentido institucional, Calvo y Ábalos. La vicepresidenta económica estaría más arropada frente a los embates de los socios alzados en su contra.

En medio de este escenario parabélico aparece Batet, la presidenta del Congreso, metiendo la zueca en algo que no debería haber pasado de anécdota y que su inexplicable proceder convirtió en serio conflicto entre poderes del Estado. Aparte de la gravedad de negarse a ejecutar una sentencia, estamos ante es un error político tremendo impropio de un partido de gobierno. Premiar a quien da una patada a un policía, a un empleado público de uno de los colectivos más valorados por la sociedad, sería difícil de entender por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Batet recapacitó, pero su torpe actuación da alas a Podemos para lanzar su ofensiva en un doble frente: contra la deriva socialdemócrata del Gobierno, que encarna Calviño y se visualizó en el abrazo al abuelo pródigo, Felipe González, y al mismo tiempo contra Díaz, a la que el regalo envenenado de Iglesias nombrándola heredera, junto a su buena química con Sánchez, genera envidias y desconfianzas entre sus allegados/as. Ya se sabe, cuidame de mis amigos que de mis enemigos me valgo yo.

El caso es que mientras el Gobierno bipartido y su entorno son una jaula de grillos y grillas, lo más sensato de cada parte, Calviño y Díaz, están en la diana de los suyos. Van a por ellas. ¡País!, que diría el añorado Forges.