Vivimos la realidad a golpes

Firmas
José Miguel Giráldez

A MENUDO hablamos aquí de la aceleración del presente y del desprecio por la lentitud. Igualmente, nos hemos acostumbrado a las recompensas inmediatas, un fenómeno que, al parecer, tiene sus fundamentos en la psicología, y que forma parte, sobre todo, del universo mediático y tecnológico. Recompensa inmediata es pájaro en mano. Y un símbolo claro de que todo es efímero, especialmente la felicidad.

Hay razones suficientes para pensar que se prefiere nuestro análisis veloz (y superficial) al análisis lento y profundo. Lo lento tiene mala prensa, parece algo antiguo o pasado de moda. Simplemente, se nos dice, lo moderno no puede ser lento. Se nos convence de que lo rápido es mejor, porque la vida es una lucha contra el tiempo. Hay que ser más rápido que el propio tiempo. Por eso hay que apresurarse para ser joven siempre, aun envejeciendo.

Creo que todo esto explica que la actualidad llegue hoy hasta nosotros a golpe de sucesos concretos, puntuales, vertiginosos muchas veces, que construyen el paisaje del día. No tiene tanto éxito esa otra realidad más horizontal, que seguramente discurre por el subsuelo de los noticiarios. Vivimos sobresaltados por golpes de realidad, giros vertiginosos de guion, y todo ello nos mantiene atentos, pero hace que pase desapercibido el relato menos vistoso. Estamos entretenidos, como corresponde a la cultura del espectáculo, a este mundo completamente dominado por las pantallas, con lo veloz, con lo efímero, con lo morboso, con lo tormentoso, de tal forma que esa narración nos recompensa como espectadores, pero todo lo que no esté teñido por el vértigo, apenas interesa.

Hay una especie de realidad lenta, incluso estancada, casi invisible, frente a la realidad rápida, rutilante. Una realidad que corre horizontalmente, que serpea con dificultad, frente a la realidad vertical que cae en formidable catarata o se alza como un géiser. La realidad acelerada tiene una característica: sustituye inmediatamente un acontecimiento por otro, ensalzando la novedad, lo efímero, lo cambiante, lo incontrolable. La vida no es un largo río tranquilo, sino una sucesión de vértigos, de cataratas.

Quizás por eso dejamos de prestar atención a los grandes asuntos de mundo que nos amenazan, al menos hasta que algo nos recuerda que están ahí. Acostumbrados a lo urgente, a lo súbito, a la sucesión de eventos puntuales, perdemos la perspectiva de aquello que se extiende en el tiempo, con cierto silencio. Tal vez esté sucediendo eso con el cambio climático. O con la tensión global entre las áreas de influencia del planeta. Se diría que hemos sustituido esa sólida narración de fondo, que mantiene el pulso del verdadero relato, por el espectáculo de lo momentáneo, por la alarma y el pantallazo, por el impacto mediático. Sólo nos mueve esa agitación, ese oleaje. Sólo nos despierta de la gran somnolencia, o del encantamiento, la realidad a golpes, no el susurro de los bosques heridos de muerte, no el silencio de la sequía o de la pobreza.

Es muy probable que estemos narrando mal el mundo. Es posible que sólo tengamos ojos para la realidad contada como una película de acción. Una escena reemplaza a otra, como una frase sucede a otra en las redes sociales. Como espectadores necesitamos la recompensa de nuestro propio vértigo, el efecto de nuestro propio miedo, pensar que todo es nuevo, aunque terrible.