Comienza la campaña para tomar la Puerta del Sol

Comienza la campaña para tomar la Puerta del Sol, unas autonómicas que el ‘efecto Ayuso’ encumbra a categoría nacional// El tripartito rojo desafía al de la foto de Colón
Elecciones
Xosé Ramón R. Iglesias
llegó la hora. Torre del Reloj de la sede de la Presidencia madrileña. ECG

Tic, tac, tic, tac... Ya está en marcha el reloj que marca la cuenta atrás para el 4-M, el día de la votación en las elecciones autonómicas de Madrid. Oficialmente, la campaña empieza hoy, aunque hace meses que parece haberse iniciado ya, y el reloj que registra y mide sus tiempos es un reloj muy especial, el de la torre de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, el mismo que gracias a la televisión se cuela en la mayoría de los hogares españoles en cada Nochevieja y anuncia el Año Nuevo. Hacerse con el control de este reloj siempre es el gran objetivo de todos los partidos que se presentan a estos comicios, pero esta vez más que nunca, pues sus campanadas poseen un significado acústico y visual con mucha potencia simbólica en el resto del territorio nacional y las agujas de su minutero actúan como una joya de la corona que, lenta o precipitadamente, pueden manejar los tiempos de lo que le espera a la política española en un futuro inmediato.

Porque aunque estas elecciones son autonómicas –y conviene matizarlo ante la participación masiva de los líderes políticos nacionales y la confusión que ello puede crear–, este año desprenden un aroma que huele exageradamente de un modo muy similar al que suelen emanar las generales. Tal vez sea porque el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se avino a participar en ellas desde el minuto uno o porque su propio vicepresidente, Pablo Iglesias, abandonó el Ejecutivo en el que tanto había anhelado entrar para dar unas brazadas en el Manzanares. Pero que nadie se engañe, si los dos se bajaron al escalafón autonómico es porque al frente de esta comunidad nuclear hay una mandataria que concibe y practica una política inédita en España y que, con sus juegos muchas veces aparentemente incomprensibles, los seduce y los provoca abiertamente, es decir, les amenaza con destruir la gran obra de ingeniería hidráulica de la que ambos fueron copartícipes capaces, el primer Gobierno de coalición de la historia, de tan difícil parto.

En un resumen inicial muy simple, la presidenta popular Isabel Díaz Ayuso se enfrenta a una izquierda con tres cabezas, la bien amueblada de Ángel Gabilondo; la pragmática de Mónica García, y la perturbadora de Pablo Iglesias. En esta primera categorización de los comicios, los otros dos candidatos que aún no fueron citados, Rocío Monasterio, la mente silenciosa que expande el proyecto de Abascal en la capital, y Edmundo Bal, el hidalgo de la abogacía orange rescatado para luchar contra los molinos que levantó Toni Cantó, casi son meras comparsas de Ayuso. Podrían, con la suma de sus escaños, si superan el 5 % necesario para obtenerlos, decantar el resultado en favor de la victoria de la derecha sobre la izquierda, pero en este campo ideológico es la presidenta y candidata del PP la que asume el papel de generalísima suprema de todos los ejércitos.

En el bando contrario, sin embargo, que se proclama “progresista” a secas en la mayoría del territorio madrileño y “rojo” en especial en las poblaciones del cinturón sur denominado popularmente con este color asociado a la izquierda, el trabajo de derrocar a Ayuso se lo reparten de una manera más equitativa. Si antes hacíamos alusión a las diferencias entre sus tres inteligencias, alojémoslos ahora en las estancias de la residencia de la política donde más cómodos se encontrarían. El socialista Gabilondo ocuparía el salón, sentado en el ángulo oscuro, en un cómodo sofá de lectura, desde el que iría desgranando a las visitas las bondades de su proyecto de cambio sosegado para enderezar el rumbo de la comunidad madrileña, en su opinión, degradada socialmente por las desmesuradas agresiones a las que el neoliberalismo popular la sometió en las últimas décadas.

La representante de Más Madrid, Mónica García, bajaría al sótano para acceder rápidamente a la caldera y a la sala de máquinas del edificio y conseguir sin la mínima demora la temperatura adecuada que ella estima para el perfecto funcionamiento de la sanidad, la educación y los servicios sociales. La austeridad fría de Ayuso, siempre según el examen clínico de esta médica en el 12 de Octubre que relevó a Errejón en la portavocía de la Asamblea, puso bajo cero el termómetro de estos tres pilares básicos de todo estado del bienestar y, como ella es una persona de acción, se pondría de inmediato a repercutir entre las herramientas a su alcance para intentar reconducir el rumbo de este barco que considera a la deriva.

Pablo Iglesias, por su parte, asaltaría directamente los cuartos de baño. La especialidad suya es la fontanería política, como demuestran las diferentes tuberías por las que se deslizó en su vida hasta presentarse en un lugar donde nadie lo esperaba, al frente de la candidatura de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Lo suyo es la fontanería y muy especialmente los desagües, por lo que se sentiría cómodo limpiando la porquería que atasca las cañerías institucionales preparadas para llevar a los madrileños una vida más desahogada y digna, e impide el riego de las políticas públicas en los parques y jardines que comparten los ciudadanos en su vida cotidiana y privada. Esto siempre, como en los dos casos anteriores, conforme el criterio pesimista del exvicepresidente del Gobierno, un diagnóstico sobre Madrid que por supuesto, como en los de Gabilondo y Mónica García, no comparte la presidenta popular.

Díaz Ayuso, continuadora de una estirpe de mujeres conservadoras que adquirieron fama por múltiples y diferentes motivos en el despacho de mando de la Puerta del Sol, como fueron Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes, es una mandataria encantada de haberse conocido, una hooligan de sí misma, convencida de que cuando un madrileño abre desde su casa el grifo que le conecta a la Administración autonómica sólo recibe buenas noticias. Por eso nunca elegiría una habitación particular de la casa que estamos describiendo –y menos mal que sólo es imaginaria y su existencia se circunscribe a este ejercicio ficticio, ya que lo más parecido a ella en la realidad sería un manicomio–, pues lo importante para Ayuso es mantener bien arreglada la fachada. Se quedaría fuera aunque estuviese nevando, montando un andamio y pintando de azul las paredes exteriores ante la mirada de sus rivales que la considerarían una ingenua extravagante. Pero su política tiene dos ventajas considerables que no todo el mundo acierta a ver a primera vista: con sus retoques estéticos superficiales, la casa es más fácil de vender en las inmobiliarias y, si la mala suerte hace que se venga abajo inesperadamente, a ella nunca la pilla dentro. En política es más fácil que te entierren por errar en una acción a priori bienintencionada que por no hacer nada. Y con esto no se pretende dar a entender que Ayuso peque de inacción, que ser es una ejecutora congénita, simplemente, que a veces es mejor que nadie se entere.

Finalmente, Rocío Monasterio y Edmundo Bal –no sé porqué en esta pieza van tanto de la mano, no es premeditado– intentarían colarse en el edificio por la ventana, no porque se despertara en ellos una súbita adhesión al movimiento okupa, que se encuentra en las antípodas de su concepción de la política de vivienda, sino porque la única puerta de acceso se les cierra a medida que Ayuso suma cada vez más andamios para que su obra reluzca hasta el infinito, en detrimento de sus socios de Gobierno, que no ven la manera de rentabilizar ante los posibles votantes los valiosos apoyos que le regalaron a la presidenta.

Imaginemos, ahora, que este inmueble improbable y algo surrealista que estamos pintando, como en esos dibujos infantiles en los que las líneas y unos numeritos van delimitando los colores a utilizar, es en realidad la Real Casa de Correos que acoge, en sus paredes de estilo neoclásico, la sede de la Presidencia del Gobierno de Madrid. En estos momentos, ya todos los candidatos andan escalando por su torre para tomar posesión de su reloj y convertirse en dueños del tiempo. Aunque se crean más importantes, hoy no lo son más que Cristina Pedroche intentando reinar sobre sus campanadas de medianoche. Con sus vestidos invisibles o a cuerpo desnudo, intentarán agarrarse a sus agujas como Harold Lloyd en El hombre mosca. Ya suenan los cuartos...