testimonio. Montse Fraga, madre de un joven de 26 años que precisa asistencia personal las 24 horas, reclama una solución después de que el auxiliar que tenían asignado dejase de acudir por guardar cuarentena sin ser reemplazado TEXTO Á. Precedo

“Todos nos abandonaron tras contraer yo el COVID”

Ángela Precedo

La dependencia altera la vida de los propios enfermos y también la de sus familiares. Se calcula que, solo en Galicia, existen algo más de 60.000 personas dependientes que necesitan ayuda constante para realizar cualquier tarea cotidiana. Si mantener su atención es ya de por sí complicado, en tiempos de coronavirus se vuelve prácticamente imposible.

Y es que, ante cualquier caso COVID que se detecte en la familia, el asistente personal que tenga asignado por el Gobierno, desaparece. ¿El argumento? La precaución para evitar su posible contagio. Pero, entonces, ¿qué sucede con el dependiente? Previsiblemente, sus familiares tampoco podrán socorrerle, pues deberán guardar cuarentena y mantener el alejamiento social.

En esta dramática situación se encuentra Montse Fraga, una mujer separada residente en Narón con un hijo dependiente, de 26 años, a su cargo, al que aún estando aquejada por la enfermedad y con dolorosos síntomas, tiene que atender. “Di positivo en coronavirus la pasada semana: me hicieron el test el día 4 y di positivo el 5”, relata a EL CORREO. “Mi hijo residía conmigo, por lo que el asistente personal adjudicado por la Xunta, en el momento en el que di positivo, se fue para guardar cuarentena, por haber sido un contacto estrecho mío”, evidencia. Hasta aquí, todo normal y perfectamente comprensible.

Lo no tan entendible viene cuando “no sustituyen a ese asistente ni me dan ninguna otra solución”. Desde ese pasado martes 5, hace ya una semana, “estamos los dos solos, sin ayuda de ninguna clase”. Tras tantos días, Montse considera que, “si a estas alturas le hacen el test a él ya dará positivo, porque necesita siempre de la ayuda de una tercera persona (en este caso ella), para ducharse, acostarse o hacerle las comidas”.

“Todos nos han abandonado”, asegura la madre, desesperada tras haber hablado con todas las administraciones. “Hablé con la empresa que atiende servicios sociales del Ayuntamiento, con la persona que atiende el servicio de a pie... y parece ser que a nadie le importa”. “Todo el mundo me da la razón, pero mi supuesto no está contemplado”.

En estos momentos, para Montse lo importante es no contagiarlo a él. “Mi miedo ahora es pasarle el virus, más que cómo evolucione en mí la enfermedad”, asegura. Y eso que ella también se incluye dentro del personal de riesgo, pues es “diabética hipertensa”. En estos momentos, su enfermedad, que comenzó con síntomas leves, se ha agravado un poco. “Estuve con fiebre todo el fin de semana y fuerte dolor de cabeza y muscular”, relata Montse.

Con todo, “no me quedaba otra que levantarme cuando Brais me necesitaba, claro”, es decir, “para acostarlo, vestirlo, darle de comer, de desayunar...”, explica. Y es que el joven de 26 años necesita atención las 24 horas, excepto cuando duerme.

LAS RESTRICCIONES IMPIDEN EL APOYO DE AMIGOS. Ante la posibilidad de contar con amigos o familiares que le echen una mano cuidando de su hijo mientras ella supera el COVID, Montse afirma que “las restricciones no lo permiten”. Además, “al estar confinada nadie puede entrar en mi casa”. Si no fuese así, “tengo amigos suficientes que podrían venir a echarme un cable si en vez del coronavirus fuese otra cosa, pero en estas circunstancias no”, afirma.

Asimismo, el propio padre del niño podría acudir a hacerse cargo de él, pero “también está en aislamiento y, además, vive con su madre de 86 años”, por lo que “tampoco hay forma de que suponga una opción”.

TAMBIÉN PARALIZARON SU REHABILITACIóN. Por otro lado, el coronavirus no solo ha supuesto un impedimento para Brais en lo que a atención se refiere, sino también en su proceso de rehabilitación para mantener la movilidad. Tal y como nos cuenta Montse, “él iba a la piscina terapéutica de Narón todos los días”, pero “con esta situación, y tras haber sido declarada por Sanidade como piscina de ocio, la cerraron”.

Como consecuencia de ver paralizados sus entrenamientos, “acabó contracturándose muy fuerte, porque además estaba acostumbrado a tener su sesión de piscina con monitor todos los días”. Así que pasaron de no necesitar grúa, “a tener que comprar una para poder moverlo”.

LA OPCIÓN DE IR A UN CENTRO DE RESPIRO NO SE CONTEMPLA. En estos momentos Montse solo pide que su hijo pueda ser atendido en un ‘centro de respiro’, mientras se recupera. “Tenemos aquí cerca la casa de la Asociación Chamorro, una casita programada para contar con una plaza de respiro familiar, pero que, por temas burocráticos, todavía no se puso en marcha”, explica la madre, que incide en que “ya está lista, no habría nada que invertir, ya está terminada para poder entrar”. Esa sería una solución, sin tener que someter a Brais a un nada recomendable aislamiento social.

Por otra parte, Montse no entiende por qué la asistenta no podría ir a atender al joven ataviada con un EPI, “al igual que hacen en los centros de atención a dependientes en los que hay contagios”.