Una bandera negra ondeando en el frontispicio llamó la atención del Cabildo // La Policía Armada halló también un artefacto, que obligó a desplazar desde Madrid a los Tedax TEXTO Arturo Reboyras

El día que Compostela se despertó con una bomba en la fachada barroca de la Catedral

Arturo Reboyras
Una de las páginas de la edición en la que se confirmó que era una bomba

ERA UNA BOMBA. Así tituló EL CORREO GALLEGO aquel miércoles 8 de junio de 1977 el desenlace de una historia que mantuvo en vilo la ciudad durante más de cuarenta y ocho horas y que supuso una grave amenaza para la seo metropolitana que es una de las principales cunas de la cristiandad. La víspera se había conseguido desactivar un artefacto explosivo hallado dos días antes en la en la fachada catedralicia del Obradoiro. El próximo mes se cumplen 45 años. Todo comenzó un domingo, cinco de junio...

Compostela gozaba de una jornada primaveral cuando, en medio de las misas habituales, un clérigo descubrió que en un lugar del frontispicio catedralicio del Obradoiro, entre el templete de las dos torres, ondeaba una misteriosa bandera negra. El Cabildo puso inmediatamente los hechos en conocimiento de la Comisaría de Policía. Pocos minutos después se puso en marcha un operativo para retirar el trozo de tela. Así, hasta los tejados de la basílica se desplazó un inspector de policía, guiado por un empleado de la seo. Cuando alcanzaron el punto señalado, ambos se encontraron con la sorpresa: además de la banderola negra también había un bulto sobre el que se descubrían algunos cables.

El agente informó rápidamente a sus superiores y, como desde un principio se sospechó de que podría tratarse de un artefacto explosivo, también se decidió hacérselo saber a las autoridades eclesiásticas. Las primeras imágenes del bulto se hicieron llegar ese mismo día al Parque de la Maestranza de Artillería de A Coruña. La mañana siguiente, un lunes, se desplazaron a Compostela los expertos en explosivos para iniciar los trabajos de exploración con el objetivo de esclarecer si se trataba o no de una bomba.

Dos capitanes, un teniente y un sargento, provistos de material especial, se pusieron manos a la obra. Después de un largo día de trabajo, los efectivos abandonaron la Catedral pasadas las ocho de la tarde. Lo hicieron sin prestar ningún tipo de declaración a los periodistas que esperaban novedades en la plaza del Obradoiro. Hasta allí habían acudido también numerosos curiosos e incluso Televisión Española, que informó de lo que estaba ocurriendo en Santiago a toda España.

El mutismo de los agentes tras aquella primera inspección fue total. Al insistir, un efectivo de Artillería afirmó: “Nada podemos decir. Lo que desean saber... eso lo tendrá que responder el comisario de Policía o cualquiera de nuestros superiores”.

Pero un sacerdote con el que pudo hablar EL CORREO, y que al parecer había estado en el lugar del suceso, dio la primera pista: “Lo que se buscaba quedó en el lugar donde estaba, y tengo la impresión de que se trata de una bomba”, sentenció.

La realidad es que en aquel momento los investigadores no tenían nada claro de lo que se trataba aquel bulto, que se parecía a una lata de detergente de la época. Aquel lunes se decidió que al día siguiente se pasarían sobre el posible artefacto las “placas impresionadas de rayos x” para descubrir qué ocultaba en su interior aquel cilindro lleno de cables.

No obstante, lo que la policía no dejó para el día siguiente fue la retirada de la bandera negra, de dos metros de largo, que ondeaba sobre la fachada barroca del Obradoiro. Los investigadores se preguntaban: ¿cómo pudo llegar una persona al lugar donde fue colocada la bandera y lo que se dice que puede ser una bomba? EL CORREO respondía entonces: “Muy fácil. Cabe recordar que no hace mucho se denunció que jóvenes escalaban la Catedral, haciéndolo por la parte de A Quintana, más arriba de la escalinata, o sea, por la parte del tejado de la iglesia de la Corticela”.

CONFIRMACIÓN. Era martes, 7 de junio de 1977. El alcalde había ordenado acotar una ancha franja en la plaza del Obradoiro delante de la Catedral con vallas metálicas en previsión de lo que pudiera ocurrir. Al mismo tiempo, se desvió por el centro de la explana el tráfico rodado, que entonces estaba permitido. Además, la Policía Armada también se desplegó en el entorno desde primera hora de la mañana. Tras confirmarse las sospechas, a las 14.35 horas la bomba quedó desactivada. Para ello fue necesario que se trasladaran hasta Compostela desde Madrid agentes especializados. Apenas dos horas antes del desenlace había llegado a la Catedral el equipo técnico de los Tedax de la Policía Armada, que se encargó de la desactivación.

Seis expertos en explosivos a las órdenes del alférez Manuel Salamanca Zamora comenzaron su arriesgado trabajo inmediatamente y de forma ininterrumpida hasta las dos y media de la tarde, cuando culminaron felizmente con la desactivación de la bomba. Así, el obligado explosionado de algunos elementos del artefacto a cielo abierto, y sobre las cubiertas de la Catedral, causó una alarma en toda la ciudad, sobre todo en las numerosas personas que se acababan de retirar de la plaza del Obradorio, pocos minutos después de que se anunciara que el artefacto estaba bajo control. Entonces también trascendió que no había sido necesaria la utilización de nitrógeno líquido, contenido en un recipiente metálico a los pies de la fachada del Obradoiro y a menos de 200 grados bajo cero.

¿QUIéN FUE? Nadie reivindicó en aquel momento lo que se tachó de un atentado frustrado contra la Catedral de Santiago. Sin embargo, luego trascendió que la bandera negra que ondeaba en la fachada barroca del Obradoiro se trataba en realidad de una bandera de los ácratas. Los Ácratas, también conocidos como los Antícratas, fueron un pequeño grupo de protesta estudiantil que surgió en la Universidad Complutense de Madrid en torno a 1967. Uno de sus integrantes fue Fernando Savater. Los Ácratas tenían la influencia de los nuevos movimientos estudiantiles del extranjero, eran anarquistas y no marxistas en el carácter con alguna influencia situacionista, en contra del autoritarismo político y social, y por la afirmación de su derecho a divertirse ridiculizando al poder político.