Fiestas del Apóstol: música local con perspectiva universal

Firmas
Pilar Alén

Ya se echaba de menos la música en esta ciudad tan armónica, como bulliciosa y animada. Por fortuna, poco a poco y con cautela, se va recobrando el pulso perdido y volvemos a encontrar en sus preciados, estratégicos e incluso inverosímiles lugares, sus más variadas y diversas sonoridades para deleite de propios y extraños.

Entre ellas, no deja de llamar la atención el tan arraigado bel canto en el archiconocido Arco de Xelmírez. El repertorio varía según la tipología, las horas y las épocas del año pero, en general, la gente al pasar exclama: “Ah... ¡ópera!”, ya se trate del Ave María de Schubert como del Nessun dorma! de Puccini. Es indiferente. Es “música”... o “Música”. Quedémonos con esto.

Quien por allí pase o se detenga, conociendo un poco el pasado y el hoy de esta ciudad, realmente sentirá que todo parece confabularse: la ópera, la plaza, sus gentes... y la Catedral como testigo fiel de aconteceres cotidianos que no deja indiferente en nuestros días a nadie, aun sin apenas conocer que nada hay de nuevo y atípico en tan singular entorno... Pues, en efecto, si volvemos la vista atrás y buceamos en la Historia, bastará traer a colación un acontecimiento que echa por tierra toda esa supuesta excentricidad.

Corría el año 1770. El mismo en el que nació Beethoven –que dicho sea de paso, de ópera más bien nos ha dejado a dos velas– y del que celebramos ahora su 250 aniversario. En este marco, en feliz coincidencia, llegaba o, podríamos decir, nacía para la ciudad una nueva estrella musical: se producía el arribo del compositor y maestro de capilla italiano Buono Chiodi (Salò-Brescia, 1728-Santiago de Compostela, 1783), ilustre personaje cuyo nombre ha pasado desapercibido hasta un presente relativamente reciente. Le precedía no obstante, ya entonces una fama notable, labrada, al parecer, en Italia (y, quién sabe si en Inglaterra...) y fue contratado por el cabildo de la catedral a dedo –diríamos hoy– sin más avales que ese prestigio, para ayudar y sustituir al ya anciano maestro de la capilla de música compostelana, por aquel tiempo bastante decrépita por diversas circunstancias.

Tras un rápido período de adaptación al idioma, usos y costumbres de su nueva vida en la sede del Apóstol, asentado en la cima de la plaza de la Quintana, Chiodi emprendió una carrera musical sin precedentes. Baste decir como resumen que, en sus trece años de vida activa en Santiago, donde murió y fue sepultado en el actual convento de Carmelitas, dejó un legado que supera las seiscientas piezas musicales. Todas ellas son de carácter sacro, dado que, no en vano, su profesión conllevaba unas obligaciones para con el culto catedralicio, lo cual, sin duda le restaba tiempo para otro tipo de actividades... Pese a todo, con su inusual capacidad y agilidad a la hora de trabajar, no dejó de componer también algunas piezas (hoy desaparecidas en su casi totalidad...) de carácter profano. Y, entre ellas, figura una que siempre se le ha denominado como Ópera, aun siendo en realidad, un peculiar y menos pretencioso Divertimento.

Se trata de una obra cuyo título resulta extraño y su singularidad es realmente llamativa: se titula La birba y fue compuesta y representada los días 25 y 26 de julio de 1774, precisamente coincidiendo con la festividad del Apóstol, en la plaza del Obradoiro, frente a la Catedral y entre el bullicio de la gente. A mayores, y aunque parezca extraño, no solo fue costeada sino también montada y realizada en su integridad bajo el patrocinio y el beneplácito del cabildo catedralicio. Es más, los integrantes (orquesta, solistas y comparsa) pertenecían a la capilla de música del templo.

Chiodi eligió para tan gran festejo un texto del gran dramaturgo veneciano Carlo Goldoni (Venecia, 1707-París, 1793), quien había logrado representar esta obra en su ciudad natal no mucho antes, en 1735. Nos alargaríamos en exceso si nos adentrásemos en los entresijos de sus particularidades, que no son pocas... Pero lo que realmente interesa exponer ahora es el porqué (o el posible porqué...) de esta pieza en Compostela, con un título tan especial, un argumento realmente curioso y nuevamente representada en fechas y lugares tan emblemáticos como aparentemente dispares.

Ya en su mismo título, La birba, hace alusión a los pilluelos, los jóvenes y/o vagabundos, e incluso titiriteros que, por diversión o por holgazanería, con picardía e incluso con algo de malicia, se aprovechaban de las gentes –foráneas o no– que paseaban por las plazas, entreteniéndolos con juegos de cartas, remedios de botica y demás inventos que ponían en marcha para atraer al inocente público viandante. Quien conozca la plaza de S. Marcos de Venecia no podrá negar, salvando las lógicas distancias que sin duda existen, las similitudes socio-ambientales con los entornos que, tanto antes como entonces, rodean la Catedral de Santiago, máxime en estas festivas jornadas veraniegas.

El argumento es sumamente simple pues el autor del libreto se limita a hacer interactuar a tres (o cuatro, en este caso) personajes que reproducen a esos mozuelos, que van entrelazando diálogos y situaciones pintorescas y jocosas, poniendo de relieve, sin más trasfondo, una idea que irradia ya de por sí también del título de la obra, se manifiesta en la tramoya de la misma y de modo especial, a modo de estribillo y de colofón, al final de la pieza: “Cosí el mondo caminando diremo cantando che la birba e un bel mestier...” Un mensaje casi de carácter universal, para toda época y circunstancia y que llega a todo tipo de público, sea en Venecia, sea en Compostela o en cualquier rincón de la tierra.

Así pues, hoy como ayer, tanto La birba, como la ópera (real, inventada o reinventada, anhelada o cuasi desconocida), como el bel canto... y, en definitiva, la música (o la Música) siguen siendo un reclamo y un atractivo en Compostela y... en el mundo entero. Unos la escuchan, otros simplemente la oyen. Pero está ahí, en cada momento, se hace notar, vibra... Y por eso se echa en falta cuando desaparece o se oculta. Por ello, más ahora que nunca, en estos tiempos de incerteza y a veces no poca desolación y desazón, la armonía sonora de la Música ayuda a elevar el ánimo... o al menos a evadirlo de ese inquietante silencio o de ese murmullo obstinado y persistente, que no pocas veces nos inunda y atormenta, sea en los exteriores de nuestras calles y plazas, sea en nuestros fueros íntimos, recónditos o internos.

Parafraseando los personajes de La birba bajamos el telón con parecida cantinela: “Cosí el mondo caminando diremo cantando che la birba e un bel mestier... e LA MÚSICA sempre migliore piacere”.