“Es ya evidente que el riesgo trombótico crece en pacientes con COVID-19”

Obesidad
María Almodóvar
Imagen extraída del trabajo ‘Phosphoproteomic Analysis of Platelets in Severe Obesity Uncovers Platelet Reactivity and Signaling Pathways Alterations’, publicado en la revista ‘Arteriosclerosis, Thrombosis and Vascular Biology (ATVB)’

En primer lugar, profesor, ¿qué es un trombo y qué impacto puede tener en el organismo?

Cuando sufrimos un daño en un vaso sanguíneo, las plaquetas juegan un papel fundamental para que dejemos de sangrar, al activarse para formar un coágulo que permite la regeneración del vaso. Dicho coágulo se deshace de forma natural cuando ya no es necesario. Si no lo hace, es cuando tenemos un trombo. En situaciones patológicas, como por ejemplo cuando existe una placa de ateroma en una arteria coronaria, el desprendimiento de dicha placa por el flujo sanguíneo da lugar a un daño que conlleva una sobreactivación plaquetaria y la formación de un trombo (aterotrombosis) que puede obstruir la arteria y dar lugar a un infarto de miocardio. Lo mismo puede suceder a nivel cerebral y en otras circunstancias, darse trombos en las piernas, por circulación venosa lenta, que acabe desencadenando problemas tromboembólicos por ejemplo a nivel pulmonar.

Como vemos, todas esas patologías son muy graves y parten de eventos trombóticos donde las plaquetas juegan un papel fundamental, de ahí que fármacos tan básicos en el tratamiento de un infarto, como por ejemplo la aspirina, no son sino antiagregantes plaquetarios, es decir, inhiben la formación del trombo.

Claramente, la obesidad es una muy mala compañera, sobre todo si hablamos de enfermedades isquémicas, ¿cierto?

La obesidad es una mala compañera para muchas comorbilidades asociadas, incluyendo las enfermedades isquémicas. Ello es porque se sabe que las plaquetas de los individuos obesos son hiperreactivas; y muchos de estos pacientes no responden igual de bien a las dosis habituales de las terapias antiplaquetarias; su riesgo podría ser mayor.

¿Qué vías abre su investigación de carácter multidisciplinar?

Nuestra investigación confirma que pacientes con obesidad extrema, relativamente jóvenes y en este caso mayoritariamente mujeres, aun cuando no tienen grandes co-morbilidades (por ejemplo, no son diabéticos), ya presentan un mayor riesgo de desarrollar aterotrombosis en un futuro, al ser sus plaquetas más reactivas que las de los individuos delgados.

De todos modos, es hasta cierto punto lógico que los pacientes obesos corran el riesgo de sufrir trombosis. ¿Por qué es necesario hallar la existencia de biomarcadores?

La idea aquí es identificar de manera temprana ese riesgo en población obesa joven, es decir, anticiparnos lo máximo posible. Además, al ver qué vías están más alteradas en las plaquetas, el objetivo es identificar dianas terapéuticas para el desarrollo de fármacos antitrombóticos más eficaces en esos pacientes.

Se habla de fosforilación plaquetaria... pero los profanos en la materia desconocemos este concepto. ¿Nos lo explica, por favor?

Las plaquetas carecen de núcleo y se originan a partir de unas células de la médula ósea, los megacariocitos. Al carecer de ADN, toda su actividad biológica durante los 8-10 días que circulan por el torrente sanguíneo viene determinada por cambios a nivel de proteínas, fundamentalmente que a estas se le unan grupos fosfato. Estas fosforilaciones en determinadas proteínas conllevan cambios estructurales fundamentales en las plaquetas que dan lugar a cambios en su forma y a que se unan unas a otras formando un agregado y eventualmente un trombo.

Usted lleva bastantes años estudiando las plaquetas, ¿no es así?

Efectivamente, inicié mis estudios aplicando la proteómica (estudio de las proteínas) a la investigación de las plaquetas en 2001 en la Universidad de Oxford, donde estuve casi 5 años como investigador posdoctoral. Continué con mi investigación en el Dpto. de Farmacología de la USC y desde 2012 dirijo el grupo Proteómica de Plaquetas en el CiMUS y en el IDIS, muy orientado a investigar las plaquetas en contextos patológicos, para lo que son clave las colaboraciones que tenemos establecidas con los Servicios de Endocrinología y Cardiología del CHUS, y otros grupos del IDIS, como el de Obesidómica. La investigación biomédica solo puede tener éxito si existen buenas colaboraciones e interacción entre investigadores básicos y clínicos, y una financiación adecuada, por supuesto.

¿El Sintrom es el único anticoagulante efectivo que existe hoy por hoy?

Hay más anticoagulantes además del Sintrom, y este es un campo de investigación muy activo. De todas formas, he de señalar que una cosa son los anticoagulantes (inhiben la cascada de coagulación) y otra los antiagregantes (inhiben las plaquetas), aunque ambos incidan en lo mismo (evitar la formación de trombos). Hay que tener mucho cuidado con su administración conjunta para evitar situaciones de sangrados indeseados.

Además, creo recordar que uno de los efectos secundarios de la COVID-19 es la trombosis... y me imagino que esto nada tiene que ver con la obesidad... ¿Qué me puede decir al respecto, tomando como base su estudio?

La COVID-19 es un mundo aparte y hay muchas cosas que aun no se conocen, pero es ya evidente que el riesgo trombótico aumenta en pacientes infectados con el SARS-CoV2, incluso a medio plazo. Creo que estamos viendo aun la punta del iceberg en este sentido por el poco tiempo transcurrido de pandemia, pero son evidentes los problemas de tromboembolismos asociados a los pacientes más graves con ingreso hospitalario, e incluso se están identificando pacientes con trombosis venosa profunda tras haber superado la enfermedad sin ingreso hospitalario. El problema inicial aquí, más que con las plaquetas, está relacionado con una excesiva activación de la cascada de coagulación, fruto de la inflamación y excesiva activación del sistema inmunitario asociada a la COVID-19. Estos pacientes deben tratados con anticoagulantes, por ejemplo heparina, y de hecho la Sociedad Española de Trombosis y Hemostasia ya ha publicado guías de tratamiento.

En este contexto, la obesidad desde luego no ayuda, pero queda mucho por investigar y hay que hacer un seguimiento individualizado de los pacientes, incluso los que no necesitan ingreso hospitalario, para valorar la profilaxis antitrombótica.