Cuestión de edad

Margarita Estévez-Saá

UNA sociedad tolerante y solidaria ha de atender a los miembros de su comunidad en la medida de sus necesidades, que varían dependiendo de la edad. Las personas experimentamos, a lo largo de la vida, momentos críticos que es preciso identificar, conocer, comprender y atender. De no hacerlo caeríamos en el llamado edadismo o discriminación por cuestión de edad.

El caso de nuestros mayores es el más obvio, porque las familias se benefician de su experiencia y apoyo en calidad de abuelos y abuelas, así como de la ayuda económica que reportan sus pensiones, pero desatendemos sus necesidades vitales, e ignoramos sus circunstancias e incluso limitaciones físicas y psicológicas.

También desdeñamos a los jóvenes, sobre todo a los y las adolescentes, tildándolos de rebeldes, egoístas, retraídos e incluso insolidarios, sin reparar en las dificultades que conlleva el proceso de adaptación de sus cuerpos y sus mentes a la nueva etapa vital que están experimentando, y quizá incluso sufriendo.

Al igual que con los mayores, tendemos a desesperarnos y a desasistirlos, en lugar de acompañarlos en ese tránsito.

La medicina y otras disciplinas específicas como la psicología y la psiquiatría se esfuerzan por atender y dar respuesta a las crisis físicas y psicológicas que todos y todas sufrimos a lo largo de la vida, y que se evidencian, cuando menos, durante la adolescencia, con la crisis de mediana edad, y al conquistar la ancianidad.

También la literatura ha demostrado preocupación por la cuestión de la edad de forma explícita, sobre todo bajo la pluma de las y los autores más brillantes.

De hecho, existen subgéneros literarios dedicados a reflexionar sobre ciertas etapas de la vida, como es el caso de la novela de formación o aprendizaje, centrada en describir los años de transición a la edad adulta de sus protagonistas.

Y también disponemos de un amplio corpus de novelas capaces de repensar y recrear la vejez en toda su complejidad, más allá de estereotipos y prejuicios, llegando incluso a evidenciar cómo la ancianidad recibe un tratamiento diferente dependiendo del sexo y de la clase social del individuo en cuestión.

Más aún, la ficción se ha ocupado de ilustrar, al tiempo que denunciar, cómo cuando a la edad (esto es, al edadismo) le añadimos otras formas de discriminación por razón de género, sexo, religión, raza o clase social, la victimización a la que se somete a algunos seres humanos llega hasta límites intolerables.

Parece, por tanto, que
leer puede ser, a la vez, una excelente terapia para quienes se encuentran sumidos en uno de esos estadios críticos vitales, pero también una guía útil para familiares, acompañantes y cuidadores porque, aunque todos hemos pasado por esas etapas o llegaremos a las mismas, la mente humana tiende al presentismo; lo cual nos hace olvidar el pasado que nosotros mismos hemos vivido, y desatender el futuro que, con algo de suerte, nos aguarda en el horizonte.