El arte y la vida

Firmas
Margarita Estévez-Saá

DUELEN las imágenes que han trascendido recientemente, en las que vemos activistas ecologistas radicales atacar pinturas tan valiosas y admiradas como Los girasoles de Vincent Van Gogh o Los almiares de Claude Monet. Ya con anterioridad, lienzos emblemáticos como La Gioconda de Leonardo da Vinci habían sufrido acciones violentas a manos de los que entonces se consideraron “desequilibrados”.

Ahora, estos representantes de organizaciones ecologistas intentan justificar su vandalismo preguntándonos qué nos importa más, si el arte o la vida. Y ahí radica parte del problema, pues están formulando erróneamente una cuestión trascendental, dado que sobran ejemplos de manifestaciones artísticas que se han preocupado por revindicar la necesidad de cuidar, preservar y defender la vida, entendida como naturaleza y los animales humanos y no humanos que la habitan.

Se olvidan o ignoran estos activistas que las corrientes más influyentes en el seno tanto del ecologismo como del ecofeminismo reivindican la ética del cuidado y de la justicia. Y no es justo atacar el arte que precisamente se ha ocupado de transmitirnos la belleza y el valor de la naturaleza, y que a menudo nos ha ofrecido a través de la pintura y la literatura, entre otras expresiones artísticas, ejemplos de cómo debemos cuidar el patrimonio natural que los ha inspirado.

Más aún, son muchos los artistas que se adelantaron en el tiempo, denunciando a través de sus obras la explotación de la naturaleza y sus recursos, y proponiendo modos alternativos de vida que atendieran a las necesidades de todos los seres vivos, y frenaran prácticas que destruyen ecosistemas.

Estos ataques vandálicos ocasionan gastos en el proceso de reparación y limpieza de los marcos y cristales que sustentan y protegen los lienzos, además del inevitable uso de productos contaminantes a la hora de restaurarlos. Es decir, se favorece precisamente aquello contra lo que supuestamente se está luchando, el capitalismo y la contaminación.

No es de extrañar que en el seno de las organizaciones ecologistas no haya consenso ante este tipo de acciones. Esta no es, ni mucho menos, una forma atractiva o ejemplarizante a la hora de atraer militantes a la causa de la defensa del medio ambiente y de la lucha para frenar el cambio climático. Y resulta aún menos educativa cuando no nociva para tantos jóvenes que están siendo concienciados por sus familias y educadores sobre la necesidad de admirar y preservar la herencia cultural recibida, no sólo por la dimensión artística que conlleva sino también por el interés de los mensajes que nos traslada.

Estos grupúsculos están poniendo en jaque a los encargados de los museos de todo el mundo, atentando contra la obra de admirados artistas que quisieron y pusieron en valor la belleza y la importancia de la naturaleza, e intentan en vano justificar actitudes violentas que, en última instancia, no respetan ni el arte ni la vida.