Salud Mental

Margarita Estévez-Saá

ALGUNOS políticos se preocupan por la salud mental de la población, mientras otros recomiendan a los anteriores ir al médico. Seguramente hacen bien ambos. No cabe duda de que nuestro bienestar psíquico ha sido seriamente comprometido, pues llevamos más de un año viviendo una pesadilla en forma de pandemia que ha alterado radicalmente nuestras vidas. Otra cosa es que haya posibilidades reales, en forma de especialistas, tiempo y dinero, para recibir la pertinente ayuda.

Los ciudadanos en España y en el resto del mundo hemos hecho acopio de cuantos recursos y formas de evasión teníamos a nuestro alcance para sobrellevar la situación desde un primer momento. De las compras compulsivas de papel higiénico y bebidas alcohólicas, pasamos a los aperitivos y brindis virtuales, a los que se sumaron hasta los abstemios.

En cuanto nos dejaron salir tras el confinamiento, vimos cómo incluso los más sedentarios se animaron a hacer deporte. El humor y las redes sociales también echaron una mano durante meses, hasta que nos anunciaron antes del verano pasado que habíamos vencido a la pandemia.

Luego descubrimos que tal conquista no había tenido lugar, y que debíamos seguir extremando las precauciones, evitando los deseados contactos con familiares y amigos. Nos acostumbramos a deambular por las calles cubiertos con mascarillas, manteniendo las distancias, y renunciando a abrazos, caricias y besos.

Y así llevamos más de un año, y seguimos conteniendo el aliento diariamente cuando trascienden los datos de contagiados, hospitalizados y, sobre todo, fallecidos, en España y en el mundo. Así las cosas, es difícil mantener la cordura, el equilibro emocional y el bienestar psíquico.

Ahora bien, son precisamente nuestras autoridades políticas las que evidencian más claramente la fragilidad de la salud mental en las circunstancias actuales, pues ahí los vemos, más preocupados por mociones de censura, cambios de formación política, convocatorias y listas electorales, y reestructuración de gobiernos, que ocupados en mejorar las condiciones de la sanidad y la economía.

Ellos no están bien. Y no han aportado mucho al equilibro de la población cuando primero nos insuflaron esperanza durante las navidades más austeras que hubiéramos podido imaginar, anunciando a bombo y platillo la llegada de las vacunas, y haciéndonos creer que lo peor había pasado, para a los pocos días asistir a una tercera ola en España, acompañada del descubrimiento de variantes más contagiosas y letales del virus, sin contar recientes problemas con el suministro y la supuesta seguridad de ciertas vacunas.

Ya no saben bien ni qué instrucciones trasladar a la población para evitar una posible cuarta ola u ‘olita’; y su imaginación parece no tener límites. Como prueba, ahora nos piden que no hablemos en los restaurantes. Imagino que lo próximo será aconsejarnos que contengamos la respiración mientras bajamos las mascarillas para beber o comer.