Rafael Úbeda, su incansable búsqueda

Pilar Corredoira

Con frecuencia, Rafael Ubeda (Pontevedra, 1932) se pone en contacto telefónico con sus amigos, a los que añora; les comunica las evoluciones que está experimentando su pintura, que sigue in crescendo en los últimos meses; pasa muchas horas en el estudio-taller de Samieira, concentra su trabajo en jornadas que arrancan al amanecer, con las primeras notas de la luz del día; no tiene inconvenientes con la soledad, más bien al contrario, su trabajo la necesita. Dispuesto a no cortar sus hábitos, a seguir avanzando en el desarrollo de su lenguaje, continúa persiguiendo para su obra la máxima esencia, y así van apareciendo nuevas forma. Desde los iniciales planteamientos figurativos, la transformación experimentada ha dado lugar a la existencia de un lenguaje que introduce elementos cubistas de marcado acento personal. En el escenario actual, parece que el color ha tomado la iniciativa, aportando mayor relieve y presencia, potenciando los resultados y en la sintonía que el artista establece con su otra materia fundamental que es la música.

Úbeda vive acompañado de la música, espiritualmente y físicamente. No es posible calibrar su trabajo sin tener en cuenta el peso que la música ejerce, y esa condición tan apegada a su persona no es nueva, como tampoco es nuevo el interés por la escenografía y el cine, que están presentes en su biografía de un modo relevante, generador. Recordemos sus experiencias de juventud en Madrid, próximas al mundo del teatro_-vivió durante siete años en el camerino número 13, del Teatro Infanta Beatriz. Más tarde en Roma, ciudad en la que permaneció cuatro años, se integró en los círculos de los estudios Cinecittá, ejerciendo de escenógrafo al lado de Alfredo Montori; en esos días conoció a Federico Fellini y al actor y comediante napolitano Totó; el variopinto ambiente del espectáculo infundió nuevos registros, que fueron convenientemente estudiados y trasladados a su obra.

Sin embargo, sin dejar de lado esas facetas igualmente considerables, ejercidas inicialmente en Pontevedra, sonidos y colores son las grandes bases, las materias que caminan paralelas y han dado sentido a su trabajo, en el que ha primado la investigación realizada en ese campo y cuyos resultados han hecho posible la personalización de una obra que se nutre de dichos conocimientos, de la búsqueda de las relaciones que se producen entre ambos. Las conclusiones se han incorporado a su labor pictórica y a ella se añaden la interrelación, la simbiosis entre las dos áreas, la consolidación de teorías relativas a la sonoridad y la existencia de una trama armónica; también la encontramos en el origen de ciertas obras claves del arte del siglo XX, en las interacciones que se dieron en determinados artistas que trabajaron bajo el influjo de la música y el arte: Kandinsky- Schoenberg, Hauer- Itten, o la musicalidad en la obra de Paul Klee relacionada directamente con su faceta de violinista.

Del mismo modo que la música existe en el trasfondo de la obra de Rafael Úbeda, propiciando la naturaleza de su pintura, ésta ha sido para grandes compositores nacionales e internacionales origen de piezas de cámara; a raíz del entendimiento de su obra han hecho música los compositores Tomás Marco, Pablo Riviere, Rogelio Groba, Juan Durán, Wladimiro Marti y Seco de Arce.

La presencia de la música ha dado lugar a que en las obras se establezca una estrecha relación y sólida conjunción entre color y forma que desde el trasfondo el artista expresa con especial visión y sentimiento musical. Aunque más que de música debemos hablar del mundo de los sonidos, de la repetición, de las infinitas variaciones en las formas, el mismo elemento varias veces para conseguir la dinamicidad, un ritmo desde la continuidad que proporcione apoyatura, soporte y realización, que ahonde en el alma sonora, concepto origen de la obra en su estructura, vida, ritmo, dinamismo que el mundo de los sonidos expresa.

El deseo de unir sinestésicamente la trama pictórica con la trama sonora, de huir de la narración para buscar un lugar más amplio para la síntesis, lo que viene a ser un espacio o bajo continuo que le proporcione soporte, ha sido el principal objetivo del pintor, y esa notoria particularidad se ha visto expresamente representada en el conjunto de su labor. Aun manifestando su específico carácter, los actores que dan vida a ese amplio universo, integrantes de ese mundo vibrante, escenográfico, en el que se fusionan las artes de la representación, se rigen por la continuidad de sonidos marcados por el peso sinestésico y repetitivo que se materializa en composiciones y colores armónicos.