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PILAR CORREDOIRA LÓPEZ // Historiadora de Arte Contemporánea

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EN LOS PASADOS MESES DE RETIRO, que en su parte positiva me permitieron revisar con calma mis libros y ordenarlos, pude gracias a esa circunstancia acceder a los recuerdos que provoca la revisión de una biblioteca y, de paso, redescubrir ejemplares que me volvieron a sorprender por su rareza y por su vinculación a momentos determinados del pasado: revistas, catálogos, monografías, documentos diversos, información guardada sobre el arte y los artistas, en algunos casos, curiosos ejemplares que fui comprando a partir de los años setenta, y que desde entonces seguiría coleccionando y transportando desde puntos geográficos dispares. Todos ellos son ahora la mejor de las referencias de innumerables recorridos por museos y galerías de lejanas partes del mundo y de encuentros y trato con personajes fascinantes, que permiten trazar una historia que enriquece la existencia. En este tiempo, de aislamiento, también me adentraba, una vez más, en la obra de Xaime Quessada con motivo de la preparación de la exposición retrospectiva que el Museo de Pontevedra le dedicará próximamente.

En esa mirada al pasada, repasé, de nuevo, la colección de libros de Seoane, que comprende una extensa parte de su labor editorial y gráfica, catálogos de sus primeras exposiciones en Buenos Aires, y de las últimas que llevó a cabo en vida, que recibí, a principios de 1979, de su mano, cuando le conocí en A Coruña. Posteriormente, su mujer, Maruxa, me siguió proporcionando puntuales publicaciones sobre el artista, algunas con afectuosas dedicatorias.

En esa confluencia encontré algunos paralelismos en los dos artistas de extraordinarias trayectorias, quienes tuvieron el apoyo incondicional de sus mujeres, grandes compañeras de vida y determinantes en sus recorridos creativos. Aun con personalidades opuestas y pertenecientes a realidades y épocas distintas, a ambos les movieron similares fundamentos: la lucha por las libertades, el enfrentamiento a los totalitarismos, la fidelidad inquebrantable a Galicia, la investigación y recuperación de su historia, cuyos resultados plasmaron en la pintura, el dibujo, el muralismo, la obra gráfica, la creación literaria, poética y ensayística. Y todo ello desde la adopción de lenguajes estéticos contemporáneos, con la intención de ofrecer una visión cosmopolita de una Galicia abierta al mundo y que sentían universal.

Al hilo de esas reflexiones, y valorando el alcance, que en algunos casos, ha tenido la labor de algunas mujeres de artistas, como es el caso de Maruxa Seoane, y de Chus Blanco, mujer de Xaime Quessada, me viene a la memoria aquella exposición que la Fundación Tapies dedicó en 2018 a Teresa Barba, compañera de Antoni Tapies, titulada T de Teresa, en la que se manifestaba como la especial relación que existía entre ellos, había dado lugar a una serie de obras: Serie Teresa (1966), y la colección de litografías y litocollages reunidos en Cartas para Teresa (1971).

Y desde ese espíritu de visibilizar el perfil de estas extraordinarias aliadas de los artistas, que nunca debe ser minimizado, se proyecta en estos días, en la Fundación Eugenio Granell, una exposición, que abunda en la personalidad de Maruxa Seoane, planteada por el profesor y artista Juan de la Colina, y producida por la Fundación Luís Seoane. La descripción de su figura a través de una importante colección de fotografias, documentos y óleos, revela una imagen nítida, completa, y necesaria, de quien constituyó el gran apoyo de Seoane, tanto en el aspecto humano como en el artístico.

Toda una vida juntos que se inicia en los años de la adolescencia y que transcurre por momentos difíciles y de bonanza; algunos de enorme complicación y dramatismo en lo familiar, fruto de las experiencias vividas con motivo del estallido de la Guerra Civil española y la inmediata salida de Seoane, al exilio que le llevará a Buenos Aires en donde Maruxa se reunirá con él a los pocos meses. El comienzo de una nueva vida en el continente americano, que ha sido asombrosamente fructífera en lo artístico, y en lo personal. En todo ese tiempo, más de cuarenta años juntos, Maruxa fue el principal soporte para Seoane; para él, la mejor confidente y consejera, parte indispensable en el desarrollo de su obra y proyección. Asimismo también fue su inspiración; el ejemplo, el símbolo que representa la fuerza y la solidez de la mujer gallega, que tanto idealiza y representa en su obra. A partir de 1979, Maruxa, en solitario, tuvo que aprender a vivir de nuevo, aunque su horizonte y objetivos no variaron; hasta el final de su vida mantuvo la misma fidelidad a Seoane y dedicó todos los esfuerzos a la agrupación de su legado: obra y archivos, con fines claros y con la intención de permanencia en Galicia.

En otro plano distinto pero igualmente conclusivo, Chus Blanco, era para Xaime Quessada, la compañera cómplice, la mujer de gran formación intelectual, amante del arte, y con extraordinarias capacidades para el dibujo, llegaron a compartir presencia en una exposición colectiva en homenaje al pueblo palestino en la galería Toisón de Madrid, en 1967.

Cuando se conocieron, en 1966, Chus estudiaba arquitectura en Madrid, y era una de las escasísimas alumnas en aquellas clases en donde abundaban los chicos; y una vez finalizada la carrera, en 1971, una pionera en su profesión, en Galicia; una mujer de mentalidad libre y adelantada a su tiempo, capaz de caminar al lado de Quessada, de compartir los mismos ideales políticos, y el entusiasmo por los largos viajes, casi expediciones, en los que el principal motivo era el deseo de conocimiento de otras culturas y la necesidad de sentir la libertad; esa pasión les llevó a vivir intensos episodios: recorridos por Europa, por los países del Mediterráneo, de Oriente Medio y América: México y los EE. UU. La condición profesional de Chus, como arquitecta, influyó en la forma de vida de ambos y en algunos momentos de la obra de Quessada, en la que se producen unas transformaciones que intuimos parten de su presencia y que afloran en los años finales de los sesenta y mitad de los setenta. Del mismo modo, ese influjo benefactor proporciona la estabilidad que el artista necesitaba para afrontar su labor creativa con la intensidad acostumbrada. En los talleres de C´an Senyora, en Ibiza y Lucenza, en las proximidades de Ourense, Chus, conformó los espacios de vida y trabajo para Quessada y la familia que habían creado: su hijo Xaime, había nacido en 1975; y conociendo a fondo la personalidad arrebatadora e intensamente activa de Xaime y la dedicación total a su obra, ella supo estar a su lado, sin perder nunca su propia identidad. Su presencia ha quedado reflejada en la obra de Quessada, en aquellas pinturas del periodo ibicenco en las que el artista expresa la intimidad de los momentos familiares.

Por las circunstancias acaecidas en los últimos años, Chus Blanco ha tenido que ponerse al frente de un nuevo cometido y lo está llevando a cabo con empeño y seguridad; difudir el legado artístico de Quessada y de su hijo Xaime, mantener vivos sus ideales, actuando tal y como él hubiese querido, siguiendo fielmente los principios que el artista tenía para su obra y la de su hijo y que era, en buena parte, el deseo de formar parte de un destino público y que esta pasase a Galicia a través de las instituciones Y ella, desde la Fundación Xaime Quesada Blanco, mantiene esos deseos guardando fielmente su memoria.

24 jul 2020 / 18:25
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