AHORA QUE NO NOS OYE NADIE

Jorge Edwards: "He sido fiel a la literatura, más que a las mujeres”

En una entrevista realizada el año pasado, el escritor y diplomático chileno recordaba una vida marcada por Neruda, por la decepción con la revolución cubana y por su estancia en diferentes países antes de recalar en Madrid, la ciudad donde ha fallecido y donde mantuvimos con él esta charla, reposada como su escritura

Juan Cruz

Juan Cruz

El pasado 29 de julio cumplió 91 años Jorge Edwards, el escritor chileno de memoria infalible que ha fallecido este viernes en Madrid. Edwards puso en vilo la imagen internacional de la Revolución Cubana cuando, en 1973, publicó 'Persona non grata', sobre su decepcionante descubrimiento de que aquello que relucía no era realmente oro revolucionario.

Esa memoria que puso de manifiesto en uno de los libros políticos (y literarios, porque él lo escribió con su prosa de gran narrador) del siglo XX sigue siendo una de sus divisas, aunque ahora los años pesan, y no sólo eso, sino que pesares físicos relacionados con la enfermedad de la edad y otros achaques le impiden hacer la vida con el reposo que lo distinguió en otros tiempos y también someterse a rememoraciones como las que mantienen la prosa de libros suyos tan llenos de historias como 'El inútil de la familia' o 'La última hermana'.

En otro tiempo, y no hace mucho, repicaba como si tuviera en una grabadora en su cerebro todos los elementos, incluso los sintácticos, de conversaciones que tuvo, con Fidel Castro o con Pablo Neruda, o con parientes suyos que son protagonistas de muchas de sus prosas, como si las estuviera oyendo tal como fueron hace cincuenta o más años. En esta ocasión, cuando estuvimos con él, le bastaba señalar algo así como los titulares de conversaciones que recuerda y que siguen siendo cruciales para haber escrito libros en los que se muestra como, quizá, el mejor memorialista de su generación, con grandes memoriosos amigos suyos como Mario Vargas Llosa o Carlos Barral.

Edwards, enjuto, risueño, vestido como para salir (“me han dicho que vienen ustedes y así me he vestido”) nos recibió en su casa que parece francesa en la mitad del Barrio de Salamanca de Madrid, donde su hija Ximena, que lo cuidaba, desplegó en una mesa redonda un gran número de fotos porque está haciendo un álbum de tan larga vida familiar. Ante él había cantidad de libros, propios y ajenos, a los que acudía cuando quería destacar lecturas antiguas o redescubrimientos que le traían memoria de cuando era un joven lector y aún, por ejemplo, no había vivido aquel trauma de Cuba. Entre esos libros se refería (y recitaba) párrafos del 'Quijote' o de Neruda, del que fue ayudante diplomático, asistente, amigo y biógrafo.

Con nosotros fue a la entrevista (“¿y no me vas a entrevistar?” le dijo a este periodista semanas atrás, cuando fuimos a saludarlo, en recuerdo sin duda de muchas entrevistas anteriores) el profesor Eduardo San José, de la Universidad de Oviedo, asturiano amigo suyo, especialista en su obra, que ha terminado la tarea de preparar los cuentos completos de los que, en gran medida, está tan orgulloso el autor de otra obra que le agrada citar como una de sus mejores contribuciones a su amplio catálogo, la dedicada a su personaje preferido (eso nos dijo) de la literatura universal, Montaigne… A veces Eduardo aliviaba la tarea de la entrevista y hacía también sus preguntas, aunque la tarea a veces alcanzaba monosílabos que Edwards completa con guiños y sobreentendidos entre los cuales el más pícaro, por decirlo así, se produce cuando le preguntamos por Neruda, como parece natural en todas las entrevistas que se le hacen, y él dice, sin más comentario: "El problema no era Neruda. El problema era Matilde".

Matilde es Matilde Urrutia, la segunda esposa, el gran amor de Neruda, que no tuvo sólo ese amor, y de cuyas andanzas Edwards ha escrito libros bellísimos, entre ellos los que se refieren a la etapa birmana y de la que parte la historia de su relación sexual con una muchacha que ha puesto al Nobel chileno en el 'metoo' de los autores indeseados…

“Fue”, me aclara el profesor, “en 'Oh, maligna': la protagonista, la birmana Josie Bliss, no era ninguna muchacha, era toda una mujer pantera que estuvo a punto de matar a Neruda por celos. La 'muchacha', en cambio, era una sobrina de Matilde, de la que se enamoró ya anciano y enfermo y que aparece al final de la novela”.

Nada más sentarnos y fijarnos en su traje gris marengo (el color preferido de Juan Benet, por cierto) y en sus ojos remarcados por unas gafas que los agrandan al infinito, le pregunté por algo que me había recordado el profesor que decía Edwards últimamente: que él ha sido fiel a la literatura. "Sí -respondió-, fiel a la literatura, pero no tanto a las mujeres, es verdad".

P. ¿Y ahora le es fiel a Chile o a España?

R. Mientras no me echen, seguiré aquí.

Añadió, de manera enigmática, “podría leer a Shakespeare, pero…”, porque habría relacionado que aquí la lectura a la que obliga la estancia en el país que lo acoge sería la de Cervantes. Me permití decirle que en la disyuntiva entre Shakespeare y Cervantes, leer a Neruda sería una muestra de fidelidad a Chile, así que mejor recitar al autor de aquel hermoso poema, Oda a las cosas rotas, que nos había recitado hacía tan solo unas semanas. “¿Te recité a Neruda, pues?” También podríamos escucharle recitar a Vicente Huidobro, otro maestro chileno… "¡Sí, Huidobro! Huidobro estaba en el mismo curso que mi papá. Pero mi papá siempre decía que Huidobro estaba loco".

P. Usted también habrá hecho locuras en la vida, ¿no?

R. Dedicarme a la literatura en forma exagerada. Vivir tan lejos de Chile también.

P. Cuenta en uno de sus libros que un amigo de Neruda, Acario Cotapos, le dijo al Nobel que estaría bien vender Chile y comprarse algo más chico cerca de París.

R. Eso es, ¡y hubiera estado bien!

Es hora de pedir vino, vino blanco, fresco, para alguien que cuenta en los libros, cuando hace memoria, los tragos que toma, como cuando llega a la estancia vacía del hotel en el que lo aloja el régimen cubano las primeras noches en que toma posesión de su encargo diplomático en la Cuba de Fidel. Allí no hay nada y él saca de su petaca una botella de whisky que lo acompaña. Pero beber no está en su lista de excesos. "No, no, siempre he sido un tipo moderado, eso me lo dicen mucho. Moderado en todas las cosas".

P. Y en su escritura, es sobresaliente el ritmo moderado de su escritura… Como si estuviera oyendo una música mientras escribe su prosa.

R. Una vez, la primera vez que me leyó, al recibir mis cuentos de joven, Neruda me dijo que lo que le interesaba era la tranquilidad con la que yo escribía.

Esa tranquilidad la tuvo para escribir el libro más complejo de su vida, llena de cuchillas y cuchillos, que le ganó la animadversión y el repudio de la época, Persona non grata, a raíz de su experiencia como encargado de negocios de Chile en Cuba. Se lo decimos, ese libro está escrito con reposo. Generalmente, Edwards responde con elipsis, como si bastara un breve recuerdo para mostrar un mundo de respuestas, así que de este modo responde al respecto de esa escritura pausada de un libro de tanto riesgo: "Estuve en Cali, Colombia, en un encuentro con estudiantes… y salí vivo. Yo tenía un cuaderno en el que apuntaba lo que me iba ocurriendo en Cuba y me lo robaron".

En aquel entonces la policía cubana no dejó que Edwards se olvidara de ellos, así que por todas partes (menos en Canarias, quizá, donde lo conocimos en 1974) tuvo fisgones que iban a sus conferencias o presentaciones.

P. ¿En ese cuaderno en concreto había apuntes para ediciones sucesivas de Persona non grata? ¿Quería incluir algo nuevo en ediciones sucesivas?

R. No. Ese libro está completo… Mientras estuve en Cuba, José Lezama Lima siempre quería verme, no sabía por qué. Así que un día en que coincidimos me dice: “¿Usted se ha dado cuenta de lo que pasa aquí? Nos estamos muriendo de hambre. Dígale a los gobernantes chilenos que sean más prudentes”. Y eso hice, decirle a los gobernantes chilenos que fueran más prudentes…

La memoria nítida de Edwards. Ese párrafo que nos dijo está prácticamente igual en todas las ediciones, desde la primera, de tan importante libro… Edwards había conocido y conoció a muchos exiliados cubanos, sobre todo después de Persona non grata, entre ellos a Guillermo Cabrera Infante, que vivió en Londres la purga cubana. “Él me dijo en una carta: no hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio. Eso fue lo que me dijo”.

Asiente (“Bueno…”) cuando le decimos que Cuba fue la gran derrota de las ilusiones en América Latina, y dice que hay que tomar con tranquilidad los sucesivos fracasos de esa parte del mundo… En cuanto a uno de los momentos cruciales de la vida de su propio país, cuando el juez español Baltasar Garzón consiguió la extradición del dictador Pinochet, él recurre a su memoria: “¿Tú sabes dónde estaba yo cuando detuvieron a Pinochet? En Oporto. Portugal, qué raro”.

Fue a Cuba siendo un hombre de izquierdas, y aquella visión derrumbó algunas convicciones previas, pero para saber qué lo cambió con respecto al mundo al que había ido con una curiosidad excitada, “para eso hay que leer Persona non grata”. ¿Usted lo ha releído? “Una vez, para hablar de la Revolución un día en una conferencia en París”.

P. Edwards (le pregunta su amigo el profesor) un día te escuché decir que te gustaría ser recordado como un cronista y no tanto como un novelista…

R. Puede ser… Pero a mi me encantaría ser recordado como un Montaigne chileno… Aunque no creo que haya llegado a eso.

P. ¿Cómo llegó a Montaigne?

R. Porque me puse a leerlo y me gustó… En cuanto a mis propios libros, a mi me gustaría que me recordaran por La mujer imaginaria. La quiero reescribir, por la mesa debe estar. Es la historia erótica de una señora muy mayor con un callampero [callampas les llaman a las villas miserias en Chile]. Esta señora consigue una simpatía por ese personaje y yo quise desarrollar eso…

P .Usted siempre ha estado rodeado de mujeres.

R. Es verdad. Yo era lo que en Chile se llama un regalón. Bueno, qué le voy a hacer.

P. Ahora le pueden regalar. El 29 de julio cumple 91 años.

R. ¡Y qué importa!

Lo que le ha emocionado más como lector es la obra de Marcel Proust, por ella se ha levantado muchos años temprano. “¡Pero ahora voy a hoteles, me levanto temprano y me dicen: 'tiene usted que esperar cinco horas para desayunar', y así no se puede”. Vargas Llosa también se levanta temprano para leer. “Como mi tía Fanny. Una mujer que conoció a Proust. Decía que era un hombre huesudo con camisas de algodón. 'Mira, y llegó', me decía mi tía Fanny”.

Lleno de literatura. Edwards va de Azorín (“escribí una viñeta al estilo de Azorín, en la revista del colegio”) a José Ortega y Gasset (“llenó mi lado de las ideas”), transitó por James Joyce (“¿Sabes por qué le puse Gente de la ciudad a mi libro? Por Dublineses. Aunque no me gustaba, no me parecía exacto”).

P. ¿Y César Vallejo, Jorge?

R. César era una pasión nuestra en Chile. Nos sabíamos de memoria Piedra Negra sobre piedra blanca… Y aquel Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo…

P. ¿Le queda algo por decir de Neruda?

R. Yo creo que no. El misterio es Matilde. Pero Neruda no lo era… Matilde era de familia comunista…

P. Era la mujer de un mujeriego… ¿Cómo reaccionaba ella ante eso?

R. Reaccionaba Neruda. A veces yo bailaba con Matilde, y él me decía: “Ya, joven”. Y seguíamos bailando.

P. ¿Qué significó Neruda para usted?

R. La poesía de la infancia. En el sur de Chile. Porque el ambiente del sur de Chile aparece ahí en una visión inesperada. Yo creo que Memorial de isla negra es un memorial en verso y lo tengo que estudiar.

P. Un enamorado de la vida.

R. Claro. Y de la gente. Neruda decía de mi hija Ximena: "cuidado, Jorge, porque Ximena es La Señorita No". Y ahí la tienes, mírala.

P. ¿Tiene usted recuerdos de Fidel Castro?

R.

Su modo de responder es también no responder, así que en este apartado esta es su respuesta: “Una persona que fue simpática conmigo fue Haydée Santamaría, presidenta de la Casa de las Américas, hermana de un almirante que era jefe de la Armada”.

Al final de la conversación, Jorge Edwards aún no había acabado el vaso de vino blanco. Por la mesa transitaron nombres propios, los de Vargas Llosa, Gabriel García Márquez (“me gustaba la música que escuchaba”), José Donoso, Juan Carlos Onetti (“decía: 'los últimos serán los primeros'"), Juan Rulfo (“era extraordinario”), Octavio Paz (“mi mejor defensor, porque en México, tras Persona non grata, nadie se atrevía a escribir de mis libros”)…

El profesor San José tuvo una última curiosidad al respecto de esta breve lista. ¿Por qué Neruda no se llevaba bien con Alejo Carpentier? “Neruda no saludaba a Carpentier, decía que era el personaje más neutral que había conocido. Habían sido amigos en Caracas, pero se enemistaron y Neruda no lo saludaba”.

Edwards tiene respuestas para todas las preguntas, y lo hace a su modo. La memoria de Edwards y las respuestas de Edwards. La cabeza lúcida, los ojos incisivos. Las manos largas, el traje gris marengo sobre su cuerpo flaco, su media sonrisa guiñando un ojo cuando le decimos adiós desde la puerta de su piso que parece francés.