Obituario

Fernando Delgado, un resplandor canario

En la vida, en la calle, en su pueblo, en cualquier parte dejó huellas similares: la de un hombre solidario, amistoso, fuera de lo común en su manera de interpretar la vida

Fernando Delgado.

Fernando Delgado. / EFE

Juan Cruz

Juan Cruz

Fernando Delgado, aquel hombre que también parecía un niño, hijo de una época difícil, en la que ser niño pobre era estar condenado a la nada o a la calle, en Tenerife y en cualquier sitio, ha muerto en Faura, Valencia, a los 76 años, después de una carrera brillante en los dos mundos que abrazó, el periodismo y la literatura.

En este último rubro fue premiado con muchas distinciones (el premio Planeta entre ellos) y, en cuanto al periodismo, fue celebrado como columnista, potente, irónico, lleno de información y de inteligencia, y también como lo que quizá se le conoce mejor, sus trabajos como personalidad de la televisión, al frente de las emisiones de los fines de semana de la primera cadena de TVE.

En este último caso, incorporó con enorme energía la presencia de los libros en el prime time, y esa era una novedad que pocos antes decidieron abordar a esas horas y con esa energía. Este último episodio, su disponibilidad para dar curso a la cultura, literaria, de todo tipo, en un medio tan esquivo a introducir letras en el mundo sobreabundante de noticias que es la televisión, define la manera de ser de este periodista y escritor que acaba de abandonar este mundo dejando desolados a los innumerables amigos que le debemos no sólo gratitud por su modo de ser sino porque a todos nos dio la esencia de su amistad: el respeto, la generosidad, el entendimiento.

Nació en Santa Cruz de Tenerife, estudió allí, en su tierra, muy pronto despuntó en la poesía y en la palabra periodística, a través de Radio Juventud de Canarias y luego en Radio Nacional de España, donde trabajó para el servicio exterior y donde llegó a ser, por dos veces, director del medio. Era un radiofonista total, que jamás dejaba a un lado ninguno de los instrumentos del oficio de contar. Era didáctico y atento, no se le escapaban los adjetivos de la vida ni los sustantivos propios del periodismo, que cuidó como si con ellos estuviera también narrando poesía.

Ese espíritu cubrió también su modo de ser como el polemista que fue, en privado y en público, pues era un conversador extraordinario y peripatético. No dejaba que un paseo fuera solo de andar por la calle o por los montes o por los medios de transporte: te agarraba el brazo, te hacía parar donde fuera y te conducía a ser tertuliano (en el mejor sentido de la palabra) aunque estuviera lloviendo a chorros en el curso del paseo que se convertía, con él, en el escenario de una conversación.

Su presencia en los medios públicos tuvo su continuidad en su trabajo al frente de Tele Expo, en la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Dotado de una gran capacidad de trabajo, y de imaginación, convirtió todos esos empleos (la radio, la televisión, la creatividad) en rasgos de una personalidad generosa, volcada día y noche, de madrugada, al amanecer, siempre, en lo que pudiera ser interesante para su país, también para su tierra, y para aquellos que lo necesitaran como consejero y como parte de una sociedad que él siempre quiso más justa, menos mezquina. Una sociedad que no se pareciera a la que él mismo padeció de niño o de adolescente.

Su vida profesional conoció enormes gratificaciones, porque disfrutaba con lo que inventara, y por eso tuvo siempre la puerta de su imaginación abierta a la contribución de los otros. Su trabajo al frente de 'A vivir que son dos días', de la Cadena Ser, conoció varios hitos, entre ellos la incorporación del personaje Manolito Gafotas a la hora de despedida de la emisión dominical de ese programa…

Elvira Lindo, que había estrenado el personaje más popular de la radio española en los micrófonos de RNE, tuvo ahí un escenario impar que llenó de alegría las ondas y que, además, los llenó de alegría a los dos, dispuestos siempre a que el humor fuera una suerte de abrazo.

Esa conjunción Elvira/Fernando (Manolito lo llamaba 'Fernandito Delgadito') hizo historia de la radio y lo mostró a él, que parecía circunspecto en los telediarios, o en la radio que había hecho hasta entonces (como aquel ser pulcro que aparecía en 'Qué noche la de aquel día' de Los Beatles), la persona que era: abierto, disponible. “El mejor amigo que hemos tenido”, decía anoche uno de sus grandes amigos de toda la vida, el artista José Luis Toribio.

En la vida, en la calle, en su pueblo, en cualquier parte, aquel Fernando Delgado de la televisión y de la radio dejó huellas similares: la de un hombre solidario, amistoso, fuera de lo común en su manera de interpretar la vida, como un viaje en común, solidario. Aquella de Fernando y Elvira/Manolito fue una hermosa historia de amistad que ella subrayó cuando, en 2013, presentó con él un libro que también lo retrata, el que hizo sobre Lucas, un perro que representaba su manera de mirar la vida y de ocuparse de ella. Cuando se presentó ese libro, alguien escribió: “Lucas es un perro que habita, en medio del odio, de la indiferencia o del amor en una familia de la que recibe todos esos sentimientos. Él cree que no es un perro, aspira a ser un niño, del mismo modo que el niño de la familia aspira a ser un perro. (…) Con hondura poética, pero también con una enorme eficacia narrativa, Fernando Delgado ha sido capaz de trasladar en ese cuento largo su manera de mirar a Lucas de modo que lo leemos viendo cómo Lucas lo a mira a él”.

Lo conocí a las puertas del Instituto donde los dos terminamos el Bachillerato. A él se le atragantó el griego, y siempre hicimos broma de ese momento. Luego fue de los mejores amigos que he tenido en mi vida, el mejor sin duda, desde el punto de vista de la solidaridad que a veces uno no sabe que merece, o que no merece en absoluto. Era un pariente, un hermano, alguien que hizo de la simpatía, de la esperanza, un amor compartido, con una generosidad que era de hierro o de cristal o, simplemente, suya, venida de su manera de ser desde que era aquel adolescente que nació a la poesía en la radio y que hizo de la radio su poesía, y de la amistad, de una amistad radical, emocionante, su emblema.

Escribió muchos libros. Algunos nos los leyó (o nos los dijo) caminando por las calles de Santa Cruz o de La Gomera o de Madrid. Su marido, Pedro García Reyes, abogado, fue su amor, y nuestro amigo, de todos nosotros. Con él se fue Fernando a vivir a Faura, en Valencia, y allí se entrañó tanto que llegó a ser diputado a Cortes por el lado socialista entre 2015 y 2019. Ganó el premio Ondas al tiempo que Planeta le daba su premio mayor por 'La mirada del otro'. Estos son algunos de los títulos que o nos recitó o nos dijo a los que tenía más cerca: 'Exterminio en Lastenia', 'Háblame de ti', 'Autobiografía del hijo', 'Ciertas personas', 'Escrito por Luzbel', 'Isla sin mar', 'Todos al infierno', 'De la radio a las letras' y, naturalmente, 'Me llamo Lucas y no soy un perro'.

Era un fiel amigo de su madre, la madre que quiso, con la que vivió, en Madrid, en Tenerife, a la que adoró como nunca he visto en mi vida adorar a alguien. Cuando murió ella, muchos amigos lo fuimos a consolar. Estábamos sentados, en torno a sus palabras, hasta que él se levantó de pronto y se acercó adonde su madre estaba de cuerpo presente. En ese momento se había dado cuenta de que debía buscar un reposo más cómodo para ella, y debajo de su cabeza le puso una toalla. Volvió y era Fernando, tal como era, como fue y como lo quisimos. Ahora parece que no está, pero está en todos los recuerdos y también en todas partes.