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Compostela y la aldea global

Darío Villanueva

ARISTÓTELES comienza el primer tratado sobre la sociabilidad humana destacando a la ciudad como la comunidad cívica superior a todas las demás, a las que comprende necesariamente, sobre todo la familia y la aldea. Tal y como leemos en la Política, “la ciudad es la comunidad, procedente de varias aldeas, perfecta, ya que posee, por decirlo de una vez, la conclusión de la autosuficiencia total, y que tiene su origen en la urgencia del vivir, pero subsiste para el vivir bien”.

Compostela y la aldea global

Compostela y la aldea global / Darío Villanueva

Como siempre ocurre con sus escritos, Aristóteles nos sigue hablando, desde el siglo IV a. d. C., con razones que conservan su validez a lo largo del tiempo. Bien es cierto que la Historia creó estructuras superiores a la ciudad, y que alguna de ellas, como el Imperio Romano, permaneció, una vez arrumbado por los pueblos bárbaros, como un modelo para sucesivas empresas políticas, inevitablemente asociadas a la violencia y la guerra. Pero resucitar hoy en día, en un contexto de globalización, el modelo de la ciudad-estado, frente a los estados nacionales o plurinacionales, por más que la urbe mercantil de Venecia continuase compitiendo airosamente con ellos a lo largo del siglo XVI, no representa sino un ejercicio más o menos deliberado de utopismo retro.

Desde Santiago de Compostela no interesa tanto, creo yo, esa quimera de las ciudades-estado sino la fundamentación aristotélica de la polis en la aldea. Y ello porque en pocas ciudades como esta se percibe aún hoy, y desde siempre, esa integración natural, necesaria y conveniente de las agrupaciones humanas menores en la comunidad ciudadana, lo que no ha dejado de ser afirmado a propósito de Santiago incluso con intenciones un tanto aviesas o, en todo caso, poco amables. Pero también, porque una de las metáforas que desde los años sesenta del pasado siglo ha obtenido mayor éxito para describir la evolución inmediata de la humanidad se ha concretado en la expresión “aldea global”.

En 1965, el New York Herald Tribune, a raíz de la publicación de uno de sus libros, se aventuraba a proclamar al intelectual canadiense Marshall McLuhan como el pensador más importante desde Newton, Darwin, Freud, Einstein y Paulov. Era muy reciente la publicación de su libro Understanding Media. The Extensions of Man, en donde se consagra alguna de sus expresiones más famosas, además de la Galaxia Gutenberg que da título a otra de sus obras. En este caso se trata de conceptos como el de los “media”, la “era de la información” y, precisamente, the global village, la aldea global.

Aunque McLuhan me siga pareciendo un pensador más genial que sistemático, siempre me ha resultado harto significativo que la definición de la “aldea global” aparezca incluida en un capítulo del libro citado que se titula “Caminos y rutas de papel”. Porque McLuhan, en cuanto teórico de la comunicación, sabe muy bien que ésta ha tenido uno de sus fundamentos más sólidos en las carreteras, puentes, itinerarios, ríos y canales, antes de que la era electrónica proporcionase nuevos instrumentos para el movimiento informativo. Y para el desarrollo de sus ideas McLuhan parte de dos realidades compartidas con Aristóteles, la aldea y la ciudad-estado, si bien su fuente casi exclusiva a este respecto sea un libro contemporáneo, pero ya clásico, de Lewis Mumford, The City in History, que data de 1961.

Y en este sentido, no faltan voces que identifican avant la lettre las ciudades medievales con un cierto precedente de la aldea global, diagnóstico que me parece especialmente válido para Santiago de Compostela, pues en ella, además de una comunicación sin muros con el poderoso entorno rural que todavía la impregna, existía a través del Camino de Santiago y todas las creaciones culturales –música, arquitectura, literatura, pensamiento, escultura...– que por él circulaban un germen de globalidad y de cosmopolitismo perceptible por doquier. El arquitecto italiano Leonardo Benevolo apunta en esta misma dirección, cuando recuerda que la enorme variedad y originalidad de los espacios urbanos europeos ideados y realizados desde el siglo XI al XII coincidía en la limitación de los recursos proporcionados por un vasto territorio. Eran ciudades que no superaban un perímetro limitado, muy inferior al de las antiguas metrópolis, musulmanas y orientales. Pero, pese a ello, se constituían en pequeños escenarios de resonancia mundial, centros de mundos económicos y culturales diversos y contrapuestos, que dan testimonio de la capacidad de reducir un mundo a las dimensiones domésticas de un lugar. Resultaban, pues, a su manera variantes precursoras de la aldea global, como hoy pueden serlo en el pleno sentido macluhiano, por disponer de las tecnologías de la comunicación electrónica como cualquier otra ciudad de creación mucho más moderna, pero acompañadas de una cierta predisposición atávica que solo la Historia ha sido capaz de otorgarles.

En ciudades como Compostela que no aceptan el calificativo de provincianas porque nunca fueron en puridad cabecera de provincia, las dos dimensiones más naturales y espontáneas son la aldeana y la cosmopolita. En definitiva, la plasmación inveterada de la aldea global.