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Arco, un mar de indiferencia

Alberto Barciela

DICEN QUE UNA OBRA DE ARTE ha de lograr crear un entorno propio y un tiempo único. El mundo de la cultura y la creación es sensible a las circunstancias, y más allá de la inspiración y de la técnica, exprime sus percepciones, las retuerce, las acomoda a la inquietud, casi siempre de carácter ideológico. El talento no se improvisa al albur de cualquier oportunidad, así puede epatar por un instante pero la repercusión se desvanece cual pompa de jabón colorista, que atrae por un instante la atención hasta explosionar antes de convertirse en nada.

Lo dramático del arte es la indiferencia, que el autor se deje flotar sobre la superficie de un teórico hallazgo estético, quizás atractivo, que supera al valor tangible de la notoriedad y del propio marco, pero que se diluye de inmediato, cuando lo único transcendente es el valor por el precio, sin una justificación curricular, sin un por qué se ha llegado a una propuesta determinada. Hay mucho arte y bueno, pero también mucha mamarrachada, permítanme la expresión, justificada con exclusivos intereses pecuniarios, bien sea por galeristas ocasionales, coleccionistas especulativos o críticos afines a la amistad o a intereses espurios.

Seguimos confundiendo valor y precio. Entendido el valor como mérito, utilidad, interés, atractivo, importancia, estimación, y considerado el precio como el dinero que se solicita o paga por algo. Un buen amigo, inversor, cuando le hablan de la cantidad sobreestimada que puedan solicitar en el mercado por algún inmueble suele decir: “si lo pagan ya lo vale”. La ocurrencia, meramente irónica, no es trasladable de manera literal al arte, pero puede aproximarse. Los peritajes marcan precios que las subastas desbaratan y, aun así, no pocas veces los expertos, las galerías, los museos y los compradores se ven sorprendidos en su presumible buena fe por falsas atribuciones o un nombre rimbombante bajo cuatro líneas de color inexpresivas. No todo lo que cuelgan las pinacotecas, incluso las más reputadas, es auténtico, ni todo lo falso es malo.

Pero quiero significar exactamente la que me parece una desimplificación de la cultura con las corrientes sociales. Se acaba de celebrar en Madrid una de las ferias de arte contemporáneo más relevantes, ARCO. Lo hizo con un impacto comunicativo importante, acostumbrado, basado en lo fundamental en la visita de autoridades, artistas, galeristas y coleccionistas de prestigio, tras gastar ingentes cantidades en publicidad de las piezas en venta. Más que por obtener un reconocimiento artístico sólido semeja pugnarse por tres segundos en un informativo, por la provocación por la provocación. Se anuncian algunas ventas, muchas previamente pactadas, y difícilmente se consolidan autores y obras que pervivan más allá de un leve suspiro, del amiguismo o del nepotismo más rampante.

En la edición de 2023, ARCO se ha dedicado al Mediterráneo. Creo que las sensibilidades han permanecido ajenas a lo que hoy, no en el mundo clásico, representa este mar: refugiados, cayucos, guerras, contaminación, zonas de gentrificación turística. El precio se impone al drama, el escenario a la obra y si realmente quieren matar a Picasso, como parecía sugerir su representación yacente, alguien debería esperar a que la inspiración le pille trabajando y al mérito de su consecución. La feria ha creado un entorno y un tiempo único, realmente ha expuesto al arte ante una evidencia de intereses comprensibles, pero que a muchos no nos dice casi nada más allá del marco, más bien nos ahoga en una tempestad de propuestas vacuas y mínimas rutas de interés.