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Elogio de la tortilla

Marcelino Agís Villaverde

Marcelino Agís Villaverde

IGNORO quién ha elegido el 9 de marzo como Día Internacional de la Tortilla. Podría haber sido cualquier otro día del año y, de hecho, en algunos municipios de nuestro país, la fiesta del plato por excelencia de la cocina popular española se celebra en otra fecha. Me gusta tanto este humilde manjar que lo celebraría con pasión cualquier día, aunque está bien pensado para recuperar fuerzas después de las celebraciones del 8 de marzo.

La tortilla de patatas es un plato transversal, no solo porque hacen gala de saber prepararlo como nadie localidades de las 17 autonomías españolas sino porque genera, junto con la política y el fútbol, las más enconadas discusiones sobre su modo de preparación e ingredientes. Para unos debe llevar cebolla, para otros solo huevo y patata. Tampoco nos ponemos de acuerdo en si debe servirse poco hecha o muy hecha. En lo único en que coincidimos todos es en que la mejor tortilla es la que se prepara desde siempre en nuestra propia casa.

Tampoco sobre su origen hay consenso. Para algunos historiadores es un invento navarro, atribuido a un general carlista, preocupado por alimentar a sus tropas con un plato nutritivo y barato. Para otros, la tortilla nació en el siglo XVIII en la histórica villa extremeña de Villanueva de la Serena, patria de don Pedro de Valdivia, conquistador de Chile. Y aun hay quien defiende que la tortilla de patatas comenzó a prepararse en América, según consta en las Crónicas de Indias, aunque luego triunfase en España.

En Galicia tiene fama la de Betanzos, poco cuajada, jugosa y hecha con muchos huevos. No quisiera morirme sin probarla. La que sí he probado y me encanta es la que sigue preparando en la Casa de las Tortillas de Cacheiras la señora Evangelina, una maestra de los fogones con la humildad propia de las personas que conocen los misterios más profundos de la vida.