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Rescatadores en Dinerolandia

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

ESTÁBAMOS preocupados con el choque (o lo que fuera) entre un caza ruso y un dron norteamericano sobre el Mar Negro, estábamos preocupados porque todas las noticias emergentes tienen que ver con el regreso del militarismo (también están las de los precios disparados, que desde luego narran una guerra), y de pronto nos llega lo del Silicon Valley Bank.

Mayormente no tenemos depósitos en la susodicha entidad, pero ya ese nombre impone: el Banco del Valle del Silicio. Valle del Silicio, que no Valle del Silencio, ojo. Allí se agolpan los dioses tecnológicos. Aquello es un Olimpo de silicio. Es también, al parecer, un vivero de start-ups, brotes verdes, la mayoría en sectores de la comunicación, la tecnología, quizás la aeronáutica, o sea, todo muy Elon Musk. Imagino a esta peña como clientes del Silicon Valley Bank, y la constatación en sus pantallas azules de que el banco se ha visto en problemas graves, también conocidos como quiebra.

Con los bancazos que hay en Wall Street, uno corre el riesgo de creer que el Silicon Etcétera es, o era, un banco pensado para la gente del barrio, del barrio tecnológico, me refiero, del tipo de esas sucursales de los pueblos, cuando había sucursales (alguna queda), en las que mis vecinos entraban siempre con el barro de la finca hasta el cuello y el dignísimo perfume del tractor, que venían a pagar la agraria. Gente conocida, gente sin corbata, incluyendo a los bancarios, que desenfundaban el calendario satinado, con huecos para apuntar la consulta del médico, un almanaque no tan atrevido como el de los Áridos de Montecillo, pongamos por caso. Y lo hacían entonces sin venderte sartenes ni nada, sin idas de olla, qué tiempos. El Silicon Valley Bank puede parecer muy del barrio tecnológico, muy doméstico y siempre en chándal de marca, y, sin embargo, es un bancazo, el número 16 de Estados Unidos, nada menos. ¿Qué diablos ha sucedido?

Es difícil convencer al ciudadano de a pie, incluso al que va en coche, que se apiade de la caída del banco de las tecnológicas, con la cantidad de veces que se nos ha caído a nosotros el wifi. Nos pilla lejos, pero eso es una ilusión. Las tecnológicas somos todos. Usted lleva silicio, no ya en la piel, sino en su sangre pecadora. Somos biónicos de cuerpo y alma, pronto tendremos una pantalla en el entrecejo. Elon Mask podría decirnos: “yo soy tu padre”. Y así.

Usted se creerá muy de la Caja Rural, pero el Silicon Valley Bank no puede resultarle indiferente. Google, Netflix, Meta, nombres así, parecen tener que ver con la gran desaceleración: la gigantesca ola de despidos que está desestabilizando a los tipos de la pasta, que habían puesto el chiringuito justo a la entrada del Valle y tal, por donde pasan los techies, como se ponen los puestos en la feria, y todo sucede en este tiempo en el que va a gobernarnos la Inteligencia Artificial, oh cielos. Pero, si se cae la cuenta corriente, el metaverso también se va al carajo. Ha llegado Biden para prometer la garantía total de los depósitos, a pesar de los despropósitos. Aunque los accionistas tendrán que apechugar. Hay un temor al contagio. Hoy todo va ya de contagios.

Del virus financiero nos queda la imagen de Lehman Brothers, o Bros., con los brokers vaciando los armarios en cajas de cartón, en plan metáfora. Aquellos tipos pasaron del teléfono humeante volamos hacia Wall Street a las humildes cajas del delivery de Walmart. Muchos culparon a la liberalización financiera, y ahora miran de reojo a Trump, que gasta gorras de tractorista.

Escribo sin saber lo que ha dicho ayer el Banco Central Europeo, pero el Credit Suisse parece haber sufrido ya cierta forma de contagio ultramarino: los especialistas hablan de bancos que “han tomado decisiones de riesgo horribles”, pero esa no es la norma general en Europa. Mientras se ponen en marcha Los Rescatadores en Dinerolandia (el Banco Nacional Suizo ha aflojado 50.000 millones en préstamo, para evitar disgustos), los gobiernos vigilan si los de Silicon Valley siguen estornudando por las esquinas.