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Mociones y emociones

Santiago Abascal durante la moción

Santiago Abascal durante la moción / ECG

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

LAS MOCIONES DE CENSURA y las emociones asociadas a las mismas, han marcado el curso de la semana. Independientemente del resultado, siempre que se producen, y allá donde se plantean, logran concitar gran interés. Y aunque la desafección de los ciudadanos hacia la política sigue en aumento, estas sesiones parlamentarias extraordinarias generan más atención y debate que cualquier sesión de control al Gobierno de turno. Fueron tres las que se celebraron. Dos en Francia por vía de urgencia el lunes. Y una en España que empezó el martes, y remató el miércoles. Ninguna tuvo éxito. Pero todas, percibidas como actos legítimos y democráticos, coparon portadas y noticieros. Aunque los motivos eran dispares, su objetivo, tanto en el país galo como en el nuestro, era la caída del Gobierno. Pero ni allí ni aquí se logró, como era de prever. Eso sí, las emociones estuvieron a flor de piel; generando ilusión y decepción a la par; orgullo por parte de quienes las formularon, y satisfacción para aquellos que las superaron.

Visto desde la distancia, en París parece que todos perdieron. Los sindicatos y la oposición, desde la izquierda de Jean-Luc Mélenchon a la derecha radical de Marine Le Pen, por no lograr frenar la reforma de las pensiones (aún queda el veredicto del Constitucional). Y el presidente Macron y su primera ministra Élisabeth Borne, por provocar la ira del 70% de los franceses. Paradójicamente, en la moción de censura española pasa lo contrario. Semeja que todos ganaron; o, al menos, así lo han querido manifestar tanto los líderes de la algarada política, como los de la resiliencia, y hasta los de la abstención. Pedro Sánchez y el proyecto Sumar de Yolanda Díaz salieron reforzados en precampaña. Alberto Núñez Feijóo fue apelado como firme candidato a la presidencia. Santiago Abascal afirmó cumplir con sus votantes y su programa. Y sólo Unidas Podemos, arrinconado, podría quejarse del resultado.

En Francia, la población sale a las calles por lo que algunos considerarán una cuestión menor (un ligero retraso de la edad de jubilación, de los 62 a los 64 años); o quizá menos grave que la precariedad laboral, la pérdida de poder adquisitivo, o la subida de precios asociada a la inflación; es decir, los verdaderos problemas que afectan a todos los países de Europa; muchos de los cuales, por cierto, también han tenido que acometer reformas de pensiones impopulares, como Alemania, Italia, o la propia España. Pues nada; en Francia siguen adelante con las mociones, las huelgas y el deterioro del país. Y en España, nuestros políticos se entretienen con un espectáculo de dudosa utilidad. Eso sí, al menos nadie podrá negar que Ramón Tamames, con su trayectoria profesional y su innegable sentido del humor, puso en valor a nuestros mayores, y el respeto que se merecen.