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Ken Loach, penúltima estación

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

AHÍ, EN LA PANTALLA, está el gran Ken Loach. Habla de su última película, en Cannes, y lo hace acompañado de su viejo compañero de fatigas, el guionista Paul Laverty. Aunque estén ahora mismo sentados con toda la tranquilidad del mundo, estos dos hombres están acostumbrados a hablar con gran claridad, con rabia destilada en grandeza visual, del dolor y de las miserias, de la esclavitud y del daño que se hace a la vida de la gente más pobre. Con 86 años, se podría decir que Ken Loach está de vuelta de todo. Cinematográficamente, desde luego. Pero el mundo siempre ofrece motivos para el pensamiento crítico, aunque ese pensamiento esté hoy muy apagado.

Son ya muchas apariciones en Cannes, y, en la memoria, aquella victoria emblemática, que nos descubrió al genio para el gran público, con ‘El viento que agita la cebada’. Luego más, mucho más. Incluyendo la preocupación por España que fraguaría también en alguna cinta inolvidable, hasta el punto de convertirse con el paso del tiempo en un director añorado y deseado por cualquier certamen, por ejemplo, por la Seminci de Valladolid, que lo introdujo por primera vez en nuestro país, con éxito rotundo, en 1971.

Loach no ha dicho exactamente que la película que ahora estrena en Cannes, ‘The Old Oak’ (‘El viejo roble’) podría ser la última de su increíble y comprometida carrera, pero no faltan quienes lo barruntan. En todos estos años, su crítica social no ha decrecido ni un milímetro. El desaliento económico y las consecuencias del desempleo se mezclan ahora con un interés creciente en la emigración (quién podría olvidar un clásico sobre la dureza de la vida de emigrantes latinoamericanos en Estados Unidos como es ‘Pan y rosas’). Loach dirige cada vez más su mirada hacia los desplazados, hacia los que huyen de zonas de conflicto y que se ven obligados a empezar literalmente de cero: es justo lo que nos cuenta en su última película.

Veo a Ken Loach y a Laverty, que amasan entre sus dedos historias de gran calado social, historias de tragedias humanas feroces. Que narran un mundo contemporáneo donde el dolor y el abandono, como la guerra y la muerte, siguen tan presentes. Ahí están, en Cannes, en la pantalla de los informativos, ante los periodistas. Sí, otra película sobre el desaliento y sobre el horror del desamparo. Otra película sobre los territorios en los que se entrelazan historias crudas, vidas cruzadas y heridas, en los que puede anidar el odio o también la solidaridad. Porque Ken Loach, dice a los periodistas, tiene muy claro que hay que saber diferenciar entre la compasión y la solidaridad. “Entre las dos, elijo la solidaridad, porque la compasión puede llevarnos a creernos en un escalón superior”, dice, aproximadamente, a quienes escuchan sus palabras con reverencia.

‘The Old Oak’ habla de un lugar anónimo en el que la industria minera ha sido desmantelada. Un escenario que, evidentemente, podrían reconocer sin dudarlo en algunas zonas de España. ‘The Old Oak’ es un pub decadente que regenta ahora un ex minero de la zona. En medio de un tejido laboral carcomido, unos refugiados sirios aparecen de pronto. Y ahí está ya el hilo narrativo de la nueva historia de Ken Loach. Como siempre, pegado a la más cruda realidad, en un momento en el que el Reino Unido intenta establecer políticas de repatriación a Ruanda entre las protestas de numerosos activistas. Loach nos recuerda que ni el ‘brexit’ ha servido para detener el flujo de gente desesperada. El Canal de la Mancha se ha poblado de barcas que buscan alcanzar los blancos arrecifes de Inglaterra: el futuro.

La realidad es tozuda y la búsqueda de una vida posible se abre camino. Loach dibuja ese territorio frágil, en el que la dureza y la crueldad se dan la mano con momentos de ternura y comprensión. Porque el ser humano puede florecer. Y me acordé no sólo de los desplazados por conflictos, de los perseguidos, sino de aquellos que huyen por la crisis climática, cada vez más, como sucede en el Cuerno de África. La mirada de Ken Loach sigue siendo imprescindible en el mundo de hoy.