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San Altman

Senén Barro Ameneiro

Senén Barro Ameneiro

ANTES DE QUE COMIENCEN A DESCUARTIZARME en redes sociales, comienzo por decir que ya sé que el nombre de Altman es Sam, pero es que, al paso que va, seguro que le canonizan.

Por si alguien no sabe todavía quién es este tal Altman, les pongo al día. Estudió informática en la Universidad de Stanford, si bien, como emprendedor que se precie en Estados Unidos, no acabó sus estudios. Después de un recorrido exitoso por el mundo de las startups, creando algunas e invirtiendo en otras, fue cofundador y es presidente ejecutivo de OpenAI, la empresa que diseñó ChatGPT.

Tras asombrarnos a todos con esta inteligencia artificial conversacional, una de las herramientas tecnológicas más alucinantes de cuantas se hayan creado, se ha convertido en adalid del apocalipsis que, según parece, se avecina con la IA. En su comparecencia en el Senado estadounidense insistió en la necesidad de regular la inteligencia artificial, en particular con la concesión de licencias gubernamentales a los modelos de IA. Yo estoy plenamente de acuerdo con esto. Pero también es cierto que este hombre lleva años haciendo de las suyas, sin regulación apenas, y que esa regulación que reclama con fervor, favorecería a los modelos privados con licencia, frenando el auge de modelos abiertos, algo que seguro que interesa, y mucho, a las empresas, como la suya, que aspiran a liderar un mercado cada vez más grande y goloso.

Según Altman, la IA permitirá crear unicornios gestionados por una única persona. Un unicornio es una empresa joven que alcanza una valoración superior a los mil millones de dólares. Cuando Facebook compró WhatsApp, en 2014, lo hizo, entre pitos y flautas, que aquí son dinero y acciones, por unos 19.000 millones de dólares. En aquel momento el número de trabajadores de esta empresa de mensajería móvil era de 55. Por tanto, es perfectamente posible lo que dice Altman, pero no es lo deseable, creo yo. Ni lo es tampoco trasladar a la sociedad estas especulaciones como si fuesen utopías. Prefiero pensar en la IA como algo que puede mejorar nuestras vidas, a cuantas más personas mejor, y no como el nuevo becerro de oro, adorando a quienes se forren con estas empresas, por muy innovadoras que resulten. Me parece mucho más importante hablar de empresas que dan de comer a muchas familias, que de aquellas que se las comen, porque logran inmensos beneficios sin apenas trabajadores.

Encuentro cierto parecido entre Altman y San Pedro, y me explico. Este fue llamado por Jesús cuando era un humilde pescador, y luego renegó tres veces de él cuando Jesús fue arrestado, para luego arrepentirse amargamente, no solo volviendo al redil sino llegando a ser el primer Papa de la iglesia católica. Al menos así se cuenta en los Evangelios del Nuevo Testamento.

Cambien personajes de la historia, y todo parece repetirse. Altman es llamado precozmente a ser uno de los gurús mundiales de la IA, pero ahora nos alerta de su perversión: “Si esta tecnología sale mal, puede salir bastante mal”, dijo en su comparecencia ante el Senado americano. No ha llegado todavía a la fase de arrepentimiento de esta extraña reconversión, pero aventuro que lo hará. Y después probablemente volverá a enarbolar con ganas las pancartas más neoliberales sobre la IA, reclamando su desarrollo y utilización a toda costa y aún a costa de todos. Por el camino, quién sabe, hasta puede que asistamos a su canonización, y de ahí el título de este artículo.

Eso sí, no sé yo si Altman llegará a ser un santo de mi devoción.