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Sobre la sucesión del episcopado en Santiago

José Manuel García Iglesias

José Manuel García Iglesias

CUANDO DON JULIÁN BARRIO BARRIO fue nombrado arzobispo de Santiago, en 1996, tenía cincuenta años. Ahora le sucede don Francisco José Prieto Fernández, con cincuenta y cinco. Por la edad a la que ambos llegaron a tal desti-no sus episcopados, en Compostela, pueden ser largos. Y esto sucedió con don Julián y ojalá sea así con don Francisco José Prieto.

En este caso, el hecho de que la sede jacobea cuente con un nuevo arzobispo no se produce ni por fallecimiento ni por traslado de quien ocupaba la sede. Sencillamente es la edad, valorada desde la normativa eclesiástica, la que lleva a monseñor Barrio a dejar el cargo lo que, en modo alguno, ha de significar su ausencia de tierras gallegas –él, que es zamorano de origen– ya que, parece ser, seguirá viviendo aquí. Desde 1992, como obispo auxiliar, está en Compostela, lo que conlleva que lleva ya más de treinta años por estos lares que él siente, también, suyos.

Aquí ha dejado una honda huella de la que da testimonio un libro, de reciente aparición, titulado Liber Amicorum. Homenaxe ao Excmo. e Rvdmo. Arcebispo Sr. D. Julián Barrio Barrio. Hasta cuarenta firmas, en breves semblanzas, nos aproximan a su personalidad; a su modo de ser. Cada cual cuenta, en bastantes ocasiones, anécdotas desde las que se percibe su cercanía y bonhomía.

Deja don Julián un buen número de textos que nos hablan de la profundidad de su fe y de la relevancia de sus conocimientos. Como prelado preparó, en cada caso, con conciencia lo que debía decir, por ejemplo, ante muy diferentes oferentes sitos ante el altar de Santiago. Hombre de sonrisa plácida, serena, prudente y franca maneja bien el don de la palabra mostrándose siempre como lo que es: un pastor de la Iglesia de Roma que ha visto, a lo largo de la vida, como los sucesivos papas iban modulando el mensaje de Cristo en concordancia con las circunstancias de cada momento.

No es fácil suceder a don Julián. Al nuevo arzobispo le espera una difícil empresa, modulada por los rápidos cambios sociales, en un contexto en el que faltan vocaciones sacerdotales y de personas dedicadas a la vida consagrada; ahí está la realidad de muy diferentes órdenes religiosas en las que ya no se cuenta con un mínimo relevo generacional. Atender, también, al hecho de la peregrinación, en concordancia con nuestro tiempo, ha de ser, igualmente, una tarea en la que ha de empeñarse.

Una cuestión más: el patrimonio histórico con el que cuenta este Arzobispado. Afrontar la tarea de que, en las circunstancias presentes, se mantenga en las mejores condiciones es, además, una empresa de enorme envergadura y que no puede, en modo alguno, dejar de ser asumida por el nuevo arzobispo, buen conocedor, tras su tiempo como obispo auxiliar, de lo que esta archidiócesis precisa.